Llama la atención.
Parece que el ser humano de hace milenios era más consciente de su irrelevancia en el universo y de su insignificancia en la historia. Espectáculos como los del volcán, una fragua donde los dioses creaban la tierra, debían ayudar a sentirse poca cosa.
Hoy no hay quien no crea que el mundo empezó con él.
Fenómenos así nos ponen en nuestro sitio. Nos colocan en tiempo y lugar, es decir, en ningún momento y en ningún sitio. No somos más que un (maravilloso) paréntesis en la inmensidad del universo. Aunque estemos diseñados para creer otra cosa, afortunadamente.
Son acojonantes las imágenes, entre la belleza y la tragedia. La muerte de lo viejo y el nacimiento de lo nuevo. El origen de dioses, ídolos y mitos retransmitido en directo, antropológicamente hablando.
Conocimiento en mayúsculas, si hablamos de ciencia.
Después de este espectáculo ver a nuestra clase política, a nuestros sabios, a toda esa gente tan lista, produce risa. Y mucha pena.
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