Pensaba Gabriel García Márquez que lo único importante para educar es encontrar el juguete que llevan dentro los niños.
Según esta teoría , cada niño lleva su propio juguete y todo consistiría en descubrir cuál es y ponerse a jugar con él.
Yo fui un estudiante desastroso (repetí curso, fui expulsado de los jesuitas, y no sigo...) pero mis padres siempre valoraron mi capacidad de hacer el tonto, imitar, contar chistes, también la gente de mi entorno, incluido algún profesor, y me dieron alas en ese sentido y, a partir de allí, todo fue miel sobre hojuelas, pues ese juguete era mi imaginación.
En fin, no lo sé, tal vez educar consista en encontrar el tipo de juego que debemos jugar con cada niño, ese juego en que está implicado su propio ser.
Hablar de juego es hablar de disfrute. Y esa felicidad te hace creer que el mundo no es un lugar sombrío y jodido, un valle de lágrimas, sino un lugar en el que merece la pena estar, por extraño que pueda parecer muchas veces.
Y hay gente que tienen el maravilloso don de saber ponerse en el lugar de los niños. Eso hace el amor. Basta con amar a alguien para desear conocerle y querer acercase a su mundo. Y la habilidad en tratar a los niños sólo puede provenir de haber visitado el lugar en que éstos viven.
Ese lugar no se parece al nuestro, y por eso tantos adultos se equivocan al pedir a los pequeños cosas que no están en condiciones de hacer. Muchos padres no tienen ni puta idea de qué quieren sus hijos.
¿Pediríamos a un pájaro que dejara de volar, a un chimpancé que no se subiera a los árboles, a una abeja que no se fuera en busca de las flores? No, no se lo pediríamos, porque no está en su naturaleza el obedecernos.
Y los niños están locos, como lo están todos los que viven al comienzo de algo.
Una vida tocada por la locura es una vida abierta a la sorpresa.
Yo tuve la suerte de tener en mi infancia y adolescencia ese tipo de adultos.
Los hermanos Grimm son especialistas en buenos comienzos, y el de Caperucita Roja es uno de los más hermosos de todos. "Érase una vez una pequeña y dulce muchachita que en cuanto se la veía se la amaba. Pero sobre todo la quería su abuela, que no sabía qué darle a la niña. Un buen día le regaló una caperucita de terciopelo rojo, y como le sentaba muy bien y no quería llevar otra cosa, la llamaron Caperucita Roja".
Una niña a los que todos miman, y a la que su abuela, que la ama sin medida, regala una caperuza de terciopelo rojo. Una caperuza que le sentaba tan bien que no quería llevar otra cosa.
Si me preguntas qué pasó en mi vida para que no me fuese por el peor camino en los cruces que he ido tenido en ella, es que llevaba una caperuza así. La que me pusieron en mi infancia. Esa que estaba hecha de " bueno, si esta es tu forma de ser, pues adelante".
Esa caperuza es la prueba de su felicidad, de que son queridos con locura por alguien, y lo verdaderamente peligroso es que vayan por el mundo sin ella.
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