Alguien insistió en mi vida en una fórmula mágica para la felicidad: ser salvajemente sincero. Hacía broma de la sentencia y afirmaba:
- No lo confundas con ser sinceramente salvaje.
Después lo veíamos en las películas americanas de aquellos años. El marido que había sido infiel esa misma tarde, llegaba a casa y lo confesaba todo a su mujer mientras se desabrochaba la camisa y encendía un cigarrillo.
Y viceversa: la esposa acababa de cepillarse a un abogado , pero no podía callar. Siempre había un momento en que ella apagaba el televisor y con mirada sincera le decía al marido en camisón que le había engañado. Ambos eran coherentes. Lo comprendían todo, no se sabe bien por qué.
A continuación hacían el amor, el plano se fundía y de pronto amanecían desayunando tostadas con mantequilla.
Esa costumbre causó estragos. No se puede ser salvajemente sincero nunca. Hay cosas que no deben saberse. Para eso está el amigo de verdad, la amiga íntima, el confesor , y el peluquero.
Nos educaron para mentir. La sinceridad iba asociada a la bofetada, a poner la mano con los dedos de punta para que la regleta te diera bien dado . La sinceridad es cosa de inmaduros , de gente que le falte un hervor. Al llegar a cierta edad la gente se viste de mentira. La madurez consiste en convertir la falsedad de la vida en una bella y envenenada obra de arte.
Hoy lo vemos a diario: cae día sí, día también, al abrir el armario , el cadáver sobre la mesa del salón: un ministro corrupto, una que engaña al marido, la mujer, el amante, el socio, el votante, el notario, el confesor, el compañero de colegio , a cualquiera que se muestre interesado por la verdad.
La verdad es algo obsceno.
Jesús, que afirmaba que hacía libres , la llevó hasta el extremo , y la convirtió en una agresión. Sólo en la infancia o si uno alcanza la vejez puede permitirse el lujo de contar lo que piensa porque entonces nadie te cree.
En este tiempo la verdad es el invento de un niño o la batalla del abuelo. En medio está el fregado de camuflajes y capas de mentiras que uno disfraza sobre su puta existencia.
Si quieres vivir fuera del sistema; sé sincero.
A estas alturas de mi vida –que son más o menos las mismas de la tuya- yo creo haber entendido que unas cuantas formas de “sinceridad” (especialmente en las parejas) son a menudo una forma de descargarse la conciencia y dejar al otro la responsabilidad de aceptar o no tus faltas, de resolver la crisis: “Yo ya he sido sincer@ (he vivido la virtud), allá tú si eres capaz de aceptarlo u no”.
ResponderEliminarAdemás hay Verdad, con mayusculas, y verdades, con minusculas, la primera tiene más que ver con la virtud de la veracidad (la de que habla Jesucristo), las segundas más bien con buena educación, respeto de los sentimientos de los demás, madurez personal...
Y enfin –esto sobre todo para nosotros que pasamos por lo mismo- yo pienso que la virtud sólo se fundamenta en la libertad: no soy libre, y por lo tanto no soy autenticamente sincero, si tengo “necesidad” de decir lo que ha pasado si no no me aguanto con mis escrupulos...
Me quedo con " soy libre, y por un tanto soy sincero "...
ResponderEliminarAsí es