Conocí una mujer maravillosa. Se llamaba Ana.
Padecía una parálisis cerebral y no podía controlar ninguna parte de su cuerpo.
Para que lograra escribir una carta tenían que atarla a una silla y amordazarla con el fin de que no se cayera ni babeara sobre el ordenador.
Entonces puede mecanografiar con la nariz sobre el teclado.
Los días que la conocí era septiembre. Era entonces cuando comenzaba a escribir tarjetas de Navidad
En la que leí escribió: «Pasemos la Navidad con Jesús, ayudando a seres menos afortunados que nosotros».
Me sentí pequeñito , pequeñito, pequeñito.
Las personas como ella no nos inspiran porque sus desdichas hagan que las nuestras nos parezcan menos graves, sino porque nos dan una lección de quilates.
La cuestión no es quién tiene el peor problema. Todos tenemos problemas, y al afrontarlos podemos inspirarnos los unos a los otros.
La cuestión es qué cojones hacemos tú y yo con todo ese maravilloso caudal interior que lo tenemos oculto en la niebla densa y fría de nuestra triste y pequeña vida.
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