A veces nos agarramos a los objetos con la esperanza de poder revivir otras vidas , otros amores, otras alegrías que fueron, instantes que sólo recordamos. Los juguetes de los hijos que crecieron, viejos diarios que escribimos de chavales, el vestido que llevabas en aquella fiesta de final de curso, fotografías de la familia, de gente que ya no está, las calificaciones del colegio de los cursos y sus promociones, aquellos discos que te hicieron llorar...mientras el tiempo avanza a su ritmo cruel, impertérrito, ajeno a nuestros afectos.
Cuando era chaval mi madre me obligaba a hacer la cama , y uno la hacía a la francesa, estiraba por aquí y por allá la cubrecama, y aquello que daba aparentemente presentable, aunque el interior era un zurullo y una porquería.
A veces en la vida sigo haciendo eso. Unas por vago, porque soy un vago de tomo y lomo, pero otras es porque uno tiene tantas cosas con las que tiene que lidiar , tantas tonterías, y trabajos, que uno llega y hace un zurullo que quede todo más p menos presentable, pero que en el fondo, hay mucho desorden, mucha mierda.
Y finges que todo está bien. Pero uno sabe que no todo está bien y, sobre todo, una persona que nos quiere y nos conoce y sabe que no todo está en orden en nuestra vida.
Mi madre siempre supo cuando aquella cama estaba mal hecha. Que, aunque parecía todo limpio, sin arrugas , recogido, aquello no colaba. Y entonces ella desarmaba la cama y se veía la verdad de sábanas hechas un mondongo, olor a tigre, y cosas chungas.
Y así me ha sucedido tantas veces. Pero ya no era una cama mal hecha, era una vida mal hecha. Y aparece el desconcierto, la tristeza que nadie ve, el lío que somos, y que no somos tan guays como pretendemos, que no engañamos a nadie.
Pero, al final somos eso: una cama al hecha, con nuestros íntimos miedos, nuestra vanidad mentirosa, el maquillaje de capas que pretendemos engañarnos y engañar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario