Hay un consejo evangélico que se llama "la corrección fraterna".
Es una advertencia que el cristiano dirige a su prójimo para ayudarle en el camino de la santidad. Un instrumento de progreso espiritual que contribuye al conocimiento de los defectos personales –con frecuencia inadvertidos por las propias limitaciones o enmascarados por el amor propio ; y en muchas ocasiones, es también condición previa para enfrentarse a esos defectos y mejorar.
Recuerdo que en el opus dei se practicaba de un modo, ¿ cómo lo diría?...chungo. Te corregían de tonterías: cosas de orden, o de higiene, o faltas de educación nimias.
- Llevas habitualmente los zapatos sucios.
- Vale.
Pocas veces alguien de verdad te clavaba el rejón. Yo no recuerdo ahora ninguno, pero alguno habría.
Si que conocí un cura que me hacía corrección fraterna sobre asuntos que me había confesado con él. Y uno pensaba " serás cabroncete, ¡ si lo sabes porque yo te lo he dicho!"
Al papa alguien debería hacerle ya, pero ya, una corrección fraterna. Sobre todo en esas tertulietas que organiza en sus viajes , al regresar, que no sé qué se toma, pero que viene desbocado. Se nota que hay temas que se evita: el cisma alemán, el amigo Zanchetta, Nicaragua. Todo apunta a que hay vetos previos y que al avión solo suben periodistas dispuestos a ajustarse al guión. Un poco como Pedro Sánchez. En el vaticano son muy conscientes de los problemas de locuacidad del Papa Francisco y de sus consecuencias, intentan controlarlo, pero es imposible.
Es un bocachancla.
Comienzan a surgir , aquí y allá, personas serias que dicen que a este hombre habría que embridarlo un poco. Alguien tiene que decírselo. Algunas personas no tienen la capacidad de hablar bien en público de forma espontánea y sin haber preparado el discurso. Mejor dicho, la gran mayoría de las personas no tienen esa capacidad. A estas alturas no creo que sorprenda a nadie que el Papa Francisco forma parte de esa gran mayoría de la humanidad. Hablar en público no es uno de sus dones y sus colaboradores cercanos deberían decírselo.
Hace unos años se descubrió una nueva especie de ave palmípeda, el pato patagónico, que se describía por sus andares: una pisada, una cagada; otra pisada, otra cagada. La descripción se ajusta muy precisamente a la ejecutoria de este papa que, encima, es argentino .
Lo que no es normal es que, aparentemente, no sea consciente de que no sabe hablar espontáneamente en público, se empeñe en hacerlo a tiempo y a destiempo con desastrosas consecuencias y ninguno de sus colaboradores tenga el valor de decírselo. Hable de lo que hable el hombre es un notas. Cuando habla de temas políticos pontifica sobre asuntos que claramente no conoce, dice a menudo cosas inapropiadas por completo, hace simplificaciones terribles y ofende a multitud de personas sin ninguna necesidad.
Los ejemplos son muchos. En multitud de ocasiones ha hecho afirmaciones asombrosas, desde que nuestra Señora no había nacido santa a que la multiplicación de los panes y los peces no había sido un milagro, pasando por llamar “conejas” a las madres de familias numerosas o “la vieja” a Santa Teresa, afirmar que hablar mal de otros es “terrorismo”, decir que la mayoría de los matrimonios son nulos o el famoso “quién soy yo para juzgar”.
Las declaraciones de carácter teológico, como, por ejemplo, cuando afirmó que santos son los “que viven su fe, sea la que sea, con coherencia” , que no hay que anunciar el Evangelio más que a los que “piden que hables”... en fin, el ave patagónico a lo bestia.
El hombre parece que a veces juega a ser papa: un cura inmaduro que cumple su sueño de ser santo padre. Además , tiene una personalidad visceral, que tiende a hablar durísimamente de los que considera sus enemigos personales (en ocasiones con fuertes insultos) y, a la vez, se deshace en elogios públicos de personalidades y regímenes diametralmente opuestos a la fe católica y a la moral cristiana.
A mi, es sabido, me saca de quicio este hombre. Me educaron los jesuitas, y los disfruté buenos, y padecí malos. Los conozco bien. Y a éste ya lo he visto: a otro perro con ese hueso.
Pero, por favorrrrrrrrrrrrrr: ¡que alguien le diga algo!
Hubo un tal Jesús de Nazaret que no creo que le hubiera reído las gracias a un “Trumposo”
ResponderEliminarHay que ser demagogo....y a Obama sí, o qué
ResponderEliminarYo quiero ser como Trump, millonario (eso lo primero), misógino, racista, estafador, homófobo, narcisista, mentiroso compulsivo y muy, pero que muy buena persona.
ResponderEliminarTampoco exageres...una pregunta... Ortega qué te parece...me parece que eres muyyy previsible
ResponderEliminarTu también prefieres a Trump ¿no?
EliminarDime en qué exagero. Me parece que el problema lo tienes tu con el Papa Francisco. Acepta la voluntad de Dios, nadie te pide que te guste y ni nadie te da derecho a insultarle.
EliminarVivimos en tiempos de libertad , y pienso lo que quiero. Y por supuesto que acepto que este payaso sea Papa, y que el Espíritu Santo tiene que ver en el asunto...¡anda que no han habido payasos Papas!
ResponderEliminar¿ Algún problema!
No me leas....te vas a cabrear mucho, chica.
ResponderEliminarEmpieza por respetarte a ti mismo, te veo muy amargado.
ResponderEliminarUna curiosa libertad - por decirlo de alguna manera- se apodera de dos tipos de personas: aquellos que saben que van a morir pronto y están deshauciados...y de los que saben con meses de antelación que van a repetir curso, que no les renuevan el contrato , que les anuncian un próximo despido...
ResponderEliminarEntonces aparecen " las ventajas insondables de ser perdedor ". Y, entonces, puede suceder lo mejor o lo peor.
Aunque intento cabrearte, nadie te quiere mal (excepto Hacienda)
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