Hay sectores que , si están atentos, tienen la suerte de ver paisajes internos maravillosos.
Uno es la enfermería. Os contaré una historia de una enfermera que se llama Carmen.
Hace muchos años, trabajaba en el Clínico de Valladolid, allí conoció una niña, Henar, que sufría una rara enfermedad muy grave. Al parecer, su única posibilidad de recuperación era una transfusión de sangre de su hermano de ocho años, que había sobrevivido milagrosamente a la misma enfermedad y había desarrollado los anticuerpos necesarios para combatirla.
El médico y sus padres le explicaron la situación al niño y le preguntaron si estaría dispuesto a donar sangre a su hermana. El chaval dudó un momento antes de tomar la decisión, hizo una inspiración profunda , un resoplido fuerte , y responde: «Sí, lo haré si es para salvar a Henar».
Mientras se realizaba la transfusión, el niño permaneció en una cama junto a la de su hermana, sonriendo, como todos los presentes, al ver cómo el color volvía a las mejillas de Henar. Después, su rostro palideció y se esfumó su sonrisa. Levantó los ojos hacia el médico y le preguntó con voz temblorosa: «¿Empezaré a morirme ahora mismo?»...
En su inocencia de crío, había entendido mal al médico y pensaba que tenía que dar a su hermana toda su sangre, y después morir.
Le he dado muchas vueltas a esa historia.
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