En Tarragona algunos días , cuando estaba harto, en aquellos años era muy frecuente, salía del colegio donde trabajaba a pasear y perderme.
Cerca de Morell encontré un restaurante atendido por una de las mujeres más guapetonas que he visto en mi vida. Se llamaba Roser. Lo que al principio era algo esporádico , termino siendo una costumbre.
Como muchas otras historias todo empezó con la mañana que dijo al verme entrar un " ¡ hace mucho que no venías por aquí!, ¡se te echaba de menos!".
- Sí, yo también a ti- contesté.
Aunque había ido muchos días por allí, esa mañana empezó la historia.
El restaurante se llamaba La Era. Nada del otro mundo. Salvo Roser , que le daba la clasificación de cinco tenedores, cinco estrellas, catorce espigas, y cien racimos.
En las puertas de la Era acostumbraba a estar postrado un perro que con el tiempo me cosqué que tenía algo de humano. Casi estaba uno por creer en la reencarnación . El chucho parecía una persona de lo que sabía, de como te miraba, y escuchaba.…
Yo pienso que le caía muy bien. En cuanto me veía dirigirme a la Era , ladraba, y se mostraba feliz.
Allí siempre había cinco o seis mesas con gente de un polígono cercano, algún viajante e, imagino, solitarios que pasaban por allí para contemplar a Roser. Esa mujer alegraba el día, y bien valía una cerveza, o tres...o diez.
Roser se acercaba y les decía:
- Si vieran ustedes el perro ese lo inteligente que es.
Allí siempre había cinco o seis mesas con gente de un polígono cercano, algún viajante e, imagino, solitarios que pasaban por allí para contemplar a Roser. Esa mujer alegraba el día, y bien valía una cerveza, o tres...o diez.
Roser se acercaba y les decía:
- Si vieran ustedes el perro ese lo inteligente que es.
- ¿Qué es lo que hace, Roser?
- Ahora verá usted: ¡” Churchill”!
Y se acercaba “ Churchill ”, que era un perro sin raza determinada, y cara de pillo. Entonces decía Roser:
- Póngale ustedes una moneda de un euro en la nariz.
Se quedaba el perro quieto y le hacía la morenaza de ojos verdes con las palmas.
- ¡Una, dos y tres!.
Y el perro cogía la moneda, la echaba a lo alto y la recogía con la boca. Así, como lo cuento. Salía luego corriendo en busca de un escondite que tenía allí por los árboles del campo, la escondía y volvía otra vez a que le dieran más monedas. Así se pasaba "Churchill" muchas tardes cogiendo euros…
Roser me llevó hasta el escondite del chucho, y me contó que por la mañana, cuando abrían un colmado que había al lado de La Era , llegaba el perro al sitio donde tenía escondido el tesoro y sacaba cuatro o cinco monedas, se iba al colmado, las echaba en el suelo y el dueño sabía que le tenía que dar cuatro o cinco tortas, ¡se ponía ciego de tortas!, y si le había quedado hambre, al hoyo por más monedas y al almacén por más…
Y así, un día y otro día…
Y una tarde que escapé a ver a Roser , veo que no tengo ni un euro, pensé en el perro, y me voy al sitio donde estaba el tesoro , escarbo:
- ¡¡¡ Su madre !!! ¡¡¡Veintitrés euros!!!
Cogí el dinero, salí corriendo antes que volviera el perro, y cuando llegué pedí un Jack Daniels , y darle a la hebra con Roser.
Poco después, aparece el perro , y no veas la cara de cabreo que traía…
Y empieza a oler a todo quisqui . Se va a una mesa donde había una pareja , a olerla...se acerca al chino que estaba jugando en la tragaperras a olerlo, se va a un payés que estaba tomando un vino a olerlo, se va a Roser y la huele…
Y yo acojonadico viéndole hacer aquellas cosas.
Hasta que me lo veo venír para mí. Y yo temblando con la cara blanca, y el perro que empieza a olerme la bragueta, y las manos , y venga a olerme y venga a olerme y yo hablando con Roser, haciéndome el longuis , hasta que se me pone de pie, a dos patas, Churchill , se apoya en mis piernas, y parece que me dice en voz de perro, ladrando :
- ¡¡ SUSO, FILDEPUTA!!!, ¡¡¡LADRÓN!!!
Pegué un salto de la silla, y me dice Roser que qué le hice al perro. Se lo conté. Sacó 20 euros de la caja y me dice:
- Anda, vete al escondrijo y devuelve lo robado si no quieres que Churchill te muerda los güevos.
Yo no he visto otra cosa igual, era una persona de lo que sabía.
Después salí de Tarragona de una manera algo abrupta, sin poder despedirme de Roser, ni de Churchill.
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