martes, 17 de enero de 2023

HOMENAJE A MI PADRE. EL CLAXON.

Cuando era chaval mi madre nos castigó a mi hermano y a mi a ir al garaje con mi padre, que estaba arreglando algo del motor del coche.


Mi padre nos dijo " entrar en el coche ". Y allí  nos quedamos. Bien quietecitos. Uno en el asiento del conductor, otro a su lado. Mientras, mi  padre maniobra  en el motor. Nosotros,  desde el interior, veíamos por la rendija de la capota abierta del coche la calva de mi padre. De vez en cuando se escuchaba " `joder!", " mecagüen la leche!"...se veía que estaba absorto en una avería, apretado tornillos aquí y allá.


Nos aburríamos allí dentro. 


En plan de broma, hice como que tocaba el claxon, simulando el bocinazo, y miraba a mi hermano , cómplice. Acariciaba la bocina, y guiñaba el ojo a mi hermano, todo sin intención de percutir las trompetas del Morris. Pero mi hermano, el muy gracioso, le dio al claxon , y aquello pegó una bulla infernal, un trompetazo sideral, un estallido de estruendo infernal ,  ampliado el ruido por el eco del garaje vacío. 


Oímos un alarido inenarrable. Era mi padre. Las manos aparecieron agarradas a la capota del motor. Observamos por la rendija su calva roja, colorada, granate  vermellón. Y escuchábamos sus jadeos. Como recuperándose. 


Bajó la capota. Nos miró. No sé qué cara tendría Moisés cuando vio a los hebreos adorando al becerro, pero por allí se le andaría a la de mi padre aquella tarde.


Fue al ascensor. Abrió la puerta.


- ¡A casa - dijo con una voz contenida.


Mi hermano siempre fue más valiente que yo, así que salió del coche, y pim pam pim pam, pasó delante de mi padre tranquilamente , que aguantaba la puerta, y se metió dentro.


Uno, viendo la cara de mi padre, no las tenía todas consigo. Además, pensaba yo, seguramente creía que yo fui el que tocó la bocina. Así que, antes de entrar, reculé asustado, pensando que me iba a dar un guantazo.


- No tengas miedo, anda pasa.


Y pasé, pero con la cabeza metida en el cuello y protegiéndome con el brazo. 


Y sí, mi padre me soltó un collejón guapo que vi a Pablo VI, entonces Papa, vestido de primera comunión y bailando una polka.


Hoy sé que allí se  vivieron  muchas lecciones. Una fue que la traición de la promesa de mi padre me ayudó a discernir por qué me había dado aquella ustie: ese hombre no me hubiese pegado si no hubiese encogido la cabeza y protegido, como dudando de su palabra. Fue mi desconfianza la que provocó su enfado.


Hoy es el aniversario de su muerte. Lo echo mucho de menos y, aunque pude decirle en vida lo que  tuve que decirle, que lo quería, aún ahora le pido perdón cuando charlo con él. Pero no, ¡ay!, por esa gilipollez del claxon. No fui un buen hijo.


El tiempo pasa y uno se da cuenta que la mirada de su padre , hoy, me hace sentir orgulloso de ser su hijo, de querer ser como él, bueno, fiel, honrado, valiente. Hoy quiero ser el mejor hijo que pueda ser de ese hombre.


Hoy, en ese garaje, hubiese pasado delante de él todo tieso y engallado sabiendo que no me daría un guantazo.




3 comentarios: