Se nos fue un hombre santo. Un hombre que mantuvo una actitud de fondo toda su vida: «Respeto la providencia y no me interesa saber de qué herramientas se sirve», dijo en una ocasión; y, en una carta de 1997, lo formuló así: «No me dedico a planificar (en realidad nunca lo he hecho), sino que me dejo simplemente llevar por la divina providencia. Y, en realidad, no me ha ido mal así, aunque todo haya salido de forma muy distinta de como yo me lo imaginaba».
Una de esas personas que dicen lo que piensan y hacen lo que dicen. No es un político. Para él no existe la próxima elección, sino solo el juicio final, por lo que, para entenderlo, no sirven los esquemas simples izquierda-derecha, progresista-conservador.
Benedicto XVI aparece como un personaje que se acabó imponiendo por su bondad, su sencillez, su capacidad de alegrarse por las cosas más mínimas, su disposición para escuchar, su talante siempre calmado y la valentía serena con la que siempre supo afrontar los problemas.
Intelectualmente son asombrosas la solidez y coherencia de su pensamiento, su enorme categoría intelectual y su don, trabajado durante años, para exponer las cosas con extraordinaria claridad y siempre lejos de cualquier radicalismo. Era un gigante.
Vale la pena terminar este pequeño homenaje con un párrafo del discurso previo que tuvo que dirigir al cónclave que le elegiría como Papa, aquel en el que habló de que «se va construyendo una dictadura del relativismo», y donde dijo: «Todos los hombres quieren dejar una huella que permanezca», pero lo que permanece no es ni el dinero, ni los edificios, ni los libros, pues todo desaparece, y, al fin, «lo único que permanece eternamente es el alma humana, el hombre creado por Dios para la eternidad. Por tanto, el fruto que permanece es todo lo que hemos sembrado en las almas humanas: el amor, el conocimiento, el gesto capaz de tocar el corazón; la palabra que abre el alma a la alegría del Señor».
Gracias y al cielo con él.
Coincide que hoy es el cumpleaños de Manuela.
Tengo la certeza de que los que se nos han adelantado tienen una forma muy suya de comunicarse con nosotros.
Es como el que se va lejos y quiere escribirnos. Allí no hay tinta ni papel, y se sirven del olor que ellos tenían, de un rincón que les gustaban y que sabe que lo vamos a reconocer, de una flor que era su flor, o de una melodía que a ella le chiflaba.
"Vivir sin aire" es la canción que me habla de ella. ¡Cómo le gustaba!
Soy un mal alumno para atender a estas cosas - estoy seguro que ella me envías muchos mensajes desde "su lejanía ". Pasan los días, las semanas, los meses, y los años y no me entero, pero no borres esa lección de la pizarra.
De todas formas, sigo pidiendo alguna señal tuya y me la envías. Como cuando estábamos juntos, que nos mirábamos y sin decirnos nada nos decíamos todo.
Sé que hoy me diría, nos lo diría a todos: " ¡continúa viviendo!, ¡adelante!, vive cada vez más, no os hagáis daño, no pierdas la risa. ¡No te preocupes de nada, ni por nada!
Hay una forma muy triste de conservar el momento aquel que la vida nos hechizó, que nos sedujo para siempre, es guardarlo y archivarlo como una mariposa, clavada en un álbum. Así recordamos sus colores, sus formas y dibujos, pero...¡ay, está muerta para siempre!
No es así como viven lo muertos en nuestras oraciones, o cuando los tratamos en el día a día, renovando hoy lo que fue de una manera nueva y distinta cada vez.
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