domingo, 1 de enero de 2023

SE NOS FUERON AL CIELO.

Se nos fue un hombre santo. Un hombre que mantuvo  una actitud de fondo toda su vida: «Respeto la providencia y no me interesa saber de qué herramientas se sirve», dijo en una ocasión; y, en una carta de 1997, lo formuló así: «No me dedico a planificar (en realidad nunca lo he hecho), sino que me dejo simplemente llevar por la divina providencia. Y, en realidad, no me ha ido mal así, aunque todo haya salido de forma muy distinta de como yo me lo imaginaba».


Una de esas personas que dicen lo que piensan y hacen lo que dicen. No es un político. Para él no existe la próxima elección, sino solo el juicio final, por lo que, para entenderlo, no sirven los esquemas simples izquierda-derecha, progresista-conservador. 


Benedicto XVI aparece como un personaje que se acabó imponiendo por su bondad, su sencillez, su capacidad de alegrarse por las cosas más mínimas, su disposición para escuchar, su talante siempre calmado y la valentía serena con la que siempre supo afrontar los problemas. 


Intelectualmente son asombrosas la solidez y coherencia de su pensamiento, su enorme categoría intelectual y su don, trabajado durante años, para exponer las cosas con extraordinaria claridad y siempre lejos de cualquier radicalismo.  Era un gigante.


Vale la pena terminar este pequeño homenaje  con un párrafo del discurso previo que tuvo que dirigir al cónclave que le elegiría como Papa, aquel en el que habló de que «se va construyendo una dictadura del relativismo», y donde dijo: «Todos los hombres quieren dejar una huella que permanezca», pero lo que permanece no es ni el dinero, ni los edificios, ni los libros, pues todo desaparece, y, al fin, «lo único que permanece eternamente es el alma humana, el hombre creado por Dios para la eternidad. Por tanto, el fruto que permanece es todo lo que hemos sembrado en las almas humanas: el amor, el conocimiento, el gesto capaz de tocar el corazón; la palabra que abre el alma a la alegría del Señor».


Gracias y al cielo con él.



Coincide que hoy es el cumpleaños de Manuela.


Tengo la certeza de que los   que  se  nos  han adelantado tienen  una  forma muy  suya  de  comunicarse  con  nosotros.


Es como el que se va lejos  y quiere escribirnos. Allí no hay tinta ni papel, y  se sirven del olor que ellos tenían, de un rincón  que  les gustaban y  que  sabe  que  lo  vamos  a  reconocer, de   una  flor  que  era  su  flor,  o de  una  melodía  que  a  ella  le  chiflaba.


"Vivir  sin  aire"  es  la  canción  que  me  habla  de  ella.  ¡Cómo   le  gustaba! 


Soy un mal alumno para  atender  a  estas cosas  -  estoy  seguro  que  ella me envías  muchos mensajes  desde  "su lejanía ". Pasan  los  días, las semanas, los meses, y  los  años    y no me entero, pero  no borres esa lección de la pizarra.


De todas formas, sigo pidiendo alguna señal tuya  y  me la envías. Como cuando estábamos juntos, que  nos mirábamos y sin decirnos nada nos decíamos todo.


Sé que  hoy  me  diría,  nos   lo  diría a  todos: " ¡continúa  viviendo!, ¡adelante!, vive  cada  vez más,  no  os  hagáis  daño, no  pierdas  la  risa. ¡No  te  preocupes  de nada, ni  por  nada!


Hay una forma muy triste de conservar el momento aquel que la vida nos hechizó, que nos sedujo para siempre,  es guardarlo y archivarlo como una mariposa, clavada en un álbum. Así recordamos sus colores, sus formas y dibujos, pero...¡ay, está  muerta para siempre!


No es así como viven lo muertos en nuestras oraciones, o cuando los tratamos en el día a día, renovando hoy lo que fue de una  manera  nueva y distinta cada vez.




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