sábado, 25 de abril de 2020

CULPABLES DE INACCIÓN, DEMAGOGIA, Y EGOÍSMO.

Es sorprendente , y escandaloso, como estamos asistiendo a la anestesia moral ante el horror que supone ver, día sí, día también, la muerte de tantas personas, y la frialdad con que contemplan ese paisaje nuestros políticos.

Digámoslo ya: estamos gobernados por amorales. Aunque intentan anestesiarnos con que no pasa nada, con aplausos a los héroes, con " resistirés " de celofán  no deberíamos olvidar nunca las imágenes de los muertos difundidas estos días por algunos medios de comunicación. Nuestros muertos.

Morgues anónimas que son lloradas por gente con nombres y apellidos, muy lejos. Cuerpos tirados como ropa vieja.

Son imágenes que nos acusan, pues somos responsables de ellas. Somos responsables por nuestra indiferencia, y por elegir en las urnas a gobiernos incapaces de reaccionar con dignidad ante horrores así. 

De verdad, acojona mucho ver en qué manos estamos.

La verdad es que ya llevábamos muchos años en una cultura de muerte. Hemos asistidos a genocidios anuales igual de espantosos que estos que hoy nos ponen los pelos de punta.  ¿ Habrá que recordar todo el destrozo inhumano que hemos comido  telediarios con las noticias sobre número de abortos?. Nos zampábamos una de calamares y un trituradora de fetos sin problema alguno.

Sí, ya sé que es legal. También el esclavismo lo fue durante 300 años.

En los noticieros de aquí los muertos mejor esconderlos. 

Los antiguos villanos se sabían egoístas y malvados, lo que, paradójicamente, les volvía humanos; pero hoy día, ningún poderoso acepta actuar en nombre de sus propias pasiones. Los políticos se lamentan de los muertos, pero se niegan a manifestar el dolor con crespones , pero son ellos los que provocan el caos en el que estamos sumidos.

La culpa, nos dicen, es del virus. Ellos, pobrines, no ha  hecho nada. Llegar tarde ya es mucho La gente muere, pero nadie se hace responsable de ello, porque el mundo moderno ha apartado de sí la idea de la culpa, como responsabilidad personal.

Este gobierno lamenta , por ejemplo, los horrores de la guerra, pero a la vez venden las armas que se utilizan en los campos de minas en los países del Tercer Mundo, como denunció el fotógrafo Gervasio Sánchez hace unos pocos años en su valiente discurso en los Premios Ortega y Gasset. 

Así, la moral que hemos creado, absuelve a los poderosos de la responsabilidad y la culpa: les basta con alegar dudosas razones de Estado. Pero la irresponsabilidad que ha provocado tantos cadáveres  , la razón ideológica de retrasar medidas por asistir a una manifestación,  es uno de esos límites que no se pueden cruzar sin que todo lo que hemos construido, nuestro mundo y nuestros valores, se derrumbe como un castillo de naipes.

La razón de esta indiferencia es muy simple: no reaccionamos de la misma forma ante el sufrimiento de los otros como ante el propio. La convicción de que la víctima no es de los nuestros hace que el daño que se le pueda causar no sea visto igual que si fuera la casta.

¿ Qué sucedería si comenzasen a morir a paladas familiares del PSOE, de Comunistas, de diputados de unos y otros partidos?


Es un problema de casta política.

En el fondo, una parte importante de nuestros políticos  no considera que los ciudadanos seamos  sus iguales.  Un sentimiento básico como la compasión desaparece cuando somos incapaces de ponernos en lugar del otro; por eso, nuestros  políticos pueden esgrimir fríamente su incapacidad de gestión para justificar sus crímenes. 

Estamos gobernados por fanáticos . El fanatismo se alimenta de la debilidad. 

Emmanuel Lévina habló de las ciudades refugio. Eran lugares en que podían cobijarse quienes habían matado a alguien sin quererlo. Su acción había sido involuntaria, por lo que no podían ser condenados, pero necesitaban protegerse de los amigos o familiares del muerto. Eso era una ciudad refugio, un lugar donde se recibía a los que, no siendo culpables, tampoco eran enteramente inocentes. 

Lévinas pensaba que Occidente podía verse como una de esas ciudades refugio. Puede que no seamos culpables de las cosas que ocurren a nuestro alrededor, pero tampoco somos inocentes de ellas. No deberíamos olvidar esto, a riesgo de caer en lo más terrible: la indiferencia ante el dolor de nuestros semejantes.


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