martes, 21 de abril de 2020

ENTERRAR AL LOS MUERTOS: EL CRESPÓN DE LA VERGÜENZA.

TVE se niega a incorporar un crespón negro en la pantalla de cada canal de la Corporación pública «para no preocupar más a la población».

En el fondo se trata de otra cosa.  Y el tema tiene mucha miga.

El dolor une más que el amor, porque no deja ninguna duda. Y esa es una razón muy poderosa para que la conozcan niños y mayores.

Viví muchos años en Valladolid. Allí los montes Torozos, durante la Guerra Civil, se convirtieron en un cementerio improvisado. En sus campos, aprovechando sus cortes y vaguadas, grupos de falangistas conducían diariamente a sus rivales políticos y, tras matarles con frialdad, los enterraban entre carrascas, quejigos y encinas. En estos montes se concentra el mayor número de fosas comunes de la provincia de Valladolid.

No fueron meros ajustes de cuentas. Fue un exterminio. Asesinatos consentidos y apoyados por las nuevas autoridades, tan crueles como innecesarios, pues no hubo en la zona ni un conato de resistencia. Las patrullas de falangistas recorrían los pueblos de los alrededores y se llevaban a hombres, muchachos y, en algún caso, mujeres, con la obscena impunidad del que acude a los puestos de la feria a elegir el ganado para el matadero.

Durante muchos años no se cazaban conejos en esos montes, pues se sabe que son animales carroñeros. Una señal de respeto y recuerdo.

Todos los años, en un lugar de los montes Torozos, situado junto a Peñaflor de Hornija, se reúnen familiares y amigos para recordar lo que pasó.

Si lo que sucedió no se reconoce, entonces no tiene más remedio que seguir ocurriendo siempre, en un eterno retorno.

Somos lo que recordamos. Si al hombre le privaran de memoria perdería su humanidad. Gracias a la memoria no sólo vivimos nuestra vida sino la de los demás. La cultura es memoria. Las bibliotecas, los museos, los monumentos el pasado, son construcciones de la memoria..

Antígona fue condenada a muerte por querer enterrar a su hermano, abandonado al arbitrio de los perros y los cuervos por orden del rey de Tebas.

Cuidar a nuestros muertos, nos enseña Antígona, es integrar su muerte en la vida. Es un acto de amor, tender ese lazo posible y deseado entre seres que se pertenecen y que se ven unos a otros como seres humanos. Los que fueron enterrados sin amor ni lágrimas, fueron deshumanizados por este acto. 

Recordarles es devolverles la humanidad que se les negó.

Sorprende que en este país, donde hay tantos defensores de buscar en cunetas  olvidadas, de crespones por mujeres asesinadas por la violencia doméstica, o por el aborto, o por vete a saber qué...nos olvidemos de las decenas de miles de personas muertas en pasillos , residencias, casas,  también olvidadas.

Frente a la crueldad de una enfermedad que un día entró  en nuestras casas para privarnos de lo que amábamos, seguiremos pronunciando a solas los nombres de esos seres queridos  que son nuestros  muertos. 

Con el crespón sólo queremos recordarles, tomarles de la mano y conducirles, como a niños maltratados, a un país justo donde puedan encontrar el respeto y la ternura que se les negó. 

¿Tan difícil es de entender?...Parece que mientras los muertos no sean " sus muertos" , no entenderán la gravedad de lo que estamos viviendo.


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