La historia me la contó un sacerdote. Había estado veinticinco años en Nigeria. Allí atendía varias parroquias.
Una vez el obispo le pidió que asistiera a una comunidad que se encontraba lejos, en el centro del país. Llevaban años sin asistencia en sacramentos y la iglesia tenía muy abandonados a sus fieles.
Al llegar se encontró con un recibimiento impresionante. Aquella gente había venido de aldeas muy lejanas pata festejar la llegada del "padre". Fue toda una ceremonia alegre y colorida.
Al día siguiente le sorprendió la cantidad de personas que deseaban confesar antes de celebrar la santa Misa. Una cola larguísima de mujeres y hombres esperaban delante del confesionario.
- En una de las confesiones entró una señora mayor, una anciana. Y , para mi sorpresa, escucho que confiesa en latín sus pecados...¡en latín!...no podía creer que alguien que había nacido lejos de colegios , escuelas, que era analfabeta, pudiese hablar latín...
- ¿ Quién le ha enseñado a hablar en latín? - pregunté.
- ¿ En qué? - respondió.
- En latín...es el idioma que estamos hablando ahora.
- Me lo enseñó mi ángel.
- ¿ Su ángel?...
- Sí, hablo con mi ángel desde muy pequeña, desde que dejaron de venir por la aldea los padres.
Cuando escuché la anécdota le dije al cura si no podía ser un caso de posesión diabólica. Dicen que los poseídos hablan lenguas muertas.
- También lo pensé, pero no: era un alma muy delicada. Era muy de Dios esa señora.
Esta historia me recordó otra.
La anécdota la contaba don Quico, sacerdote en Zaragoza, entonces párroco en la iglesia de la santa Cruz.
- Una señora se acercó al confesionario y pidió que la dirigiera espiritualmente:" me ha dicho Jesús que lo haga con usted".
Don Quico no la creyó, pero siguió un consejo pastoral para este tipo de gente que viene con visiones de Dios: darles mucha caña. Si son santos siguen, si es una histérica, desaparece.
La señora le comentó que todos los días, desde hace años, después de recibir a Jesús en la Comunión tenía largas conversaciones extasiada con Él. Don Quico sí sabía que la buena mujer siempre se sentaba en el mismo banco después de comulgar , y allí se quedaba como encerrada en sí misma hasta unos minutos antes de cerrar al mediodía la Iglesia.
Una mañana le llamó alarmado el sacristán.
- Oiga , que la señora del último banco está como una estatua, y no consigo despertarla. Me da un poco de miedo, la verdad. ¿Por qué no me acompaña?.
Fueron allí y " la señora estaba como en estado de trance, dormida, con la cabeza sobre su pecho".
"Intentamos zarandearla, pero ni se movía...lo curioso fue cuando quisimos levantarla entre los dos y no conseguimos alzarla ni un centímetro del banco. ¡Y éramos dos personas".
Entonces, así lo contaba , "despertó, nos miró perpleja, y comentó:
- ¡Uy, perdonen: me entretuve con Jesús más de la cuenta!.
Como lo contó, lo cuento.
Hoy dos historias...largo salió .
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