Hoy iré a terminar la GR 99, la ruta del Ebro. ¡Por fin!
Andar por andar. Una forma de no estar en ningún sitio. Muchas veces, después de estar caminando horas y horas , bajo el sol, la lluvia, entre la niebla, uno cae en la cuenta de que no ha pensado en nada. Vacío total. Cero de pensamientos.
Creo que es el ideal de todo budista.
Lo de verdad desternillante en mí es que, por más que mis músculos se ablanden, mis rodillas flaqueen, mis muelas crujan, mi vista languidezca o mi estómago regurgite , sigo conservando todos los sueños de los quince años, con el mismo fuego primero, y planeo nuevos sueños y montañas de confeti para el futuro. Hoy toca la GR 99. Mañana ya se verá.
Parece que mi cerebro no quiere darse por enterado de que uno decae poco a poco, de forma minuciosa, o, si se da por enterado, solo es para escribir líneas como estas, migajas de falsa sinceridad para volver enseguida a usar toda mi adolescencia en prolongar mi locura.
Mi vida, ¿ qué es mi vida?, algo insostenible. Yo mismo soy un ser insostenible que ha errado tantas veces el camino, y hecho profesión de cerrarse las puertas: hoy en lo social soy una persona concluida, incapaz ya de relacionarme; en lo amoroso no me he recuperado del todo, y voy cojeando buscando un Dios, como el décimo leproso que regresa a dar gracias y no encuentra su Maestro.
En lo político he encallado en un antipatriotismo obsesivo; y en lo físico no soy ni la sombra de aquel Suso que fue de Barcelona , ida y vuelta, a la cima del Monte Perdido en un día.
Es difícil estar más acabado que yo, y sin embargo, he aquí lo divertido, mi mente es una engañadora tan genial que me lanza todos los días al ataque. Da igual que no disponga de victorias en las que apoyarme: nunca he necesitado de ellas para sentirme un triunfador. Por más que avance mi soledad y decaiga mi cuerpo, mi cerebro sigue prometiéndome una juventud sin fin.
Y, encima, enamorado.
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