viernes, 24 de septiembre de 2021

EN LA PARTE INFANTIL DEL MUNDO.

Viví dos décadas largas en la parte infantil  del mundo, impartiendo clases en primaria, en Viaró, Terraferma, Turó, Peñalba,   y sé que esa parte no está tan lejos de ellos como creemos. 


Ahora los veo pasar camino del colegio, o en fila cuando van por la calle cogidos de la mano, o sentados en una visita   cultural ,  mientras l@s profes  tratan de dirigirlos  en orden -  a veces tan difícil como llevar una manado de gatos por una carretera.


Me gusta observarlos. Contemplar  sus gestos y palabras. Su inocencia y primeras exploraciones del mundo y la vida. De esos años con la infancia aprendí que con los años  somos ese niño disfrazado, camuflado, con la máscara puesta. El pequeño cabroncete que engañaba a su compañero de pupitre vendiéndole piedras de la luna que traía su padre astronauta , hoy vende y engaña otras cosas, de otros astronautas. El gordito colgado que traía la pelota al colegio para dejar jugar sólo a sus amiguitos , y cuando se enfadaba agarraba el balón y allí no jugaba nadie, hoy es un hijo de puta que deja jugar a otros  amigos malotes e interesados.


Intentar adivinar en ellos lo que, bueno o malo, brillante o mediocre, tal vez serán de mayores.


Siento que me estoy ablandando, y puede que sea la edad.  Los domingos hay  un mercado en  Padrón inmenso, festivo, colorido. Allí hay un tiovivo  con caballitos .  Con sus polos de colores, y sus gafotas de sol  , y sus padres vigilándolos de cerca, o fotografiándolos. . 


Se movía el artefacto , las monturas subían y bajaban,algun@s niñ@s con sus padres al lado para que no cayeran,  sonaba la música, y los críos se agarraban a los barrotes saludando a sus familiares cada vez que pasaban ante ellos.¡ Cómo les brillaban los ojos!  Cabalgaban serios, de una forma cabal, formales, convencidos de que aquello era de verdad , con un orgullo  maravilloso. Con esa inocente sinceridad  que sólo un niño pequeño posee y que luego la vida te va desdibujando  poco a poco. 


Los veía pasar y  me acordé de mi, de mis padres, de otro tiovivo, de otras ferias. 


Pensaba que eran afortunados por ser todavía lo que son ,  lejos aún  los complejos estados  por donde la vida acabará llevándolos. Estaban allí, en el puerto seguro de los brazos de sus padres, entre músicas que recordarán toda su vida, fuera de las lianas del sexo, de la vanidad, del dinero, y  creyendo en un   un Dios que aún es bueno.


 Y al observar sus rostros fascinados  y  esualtantes, la confianza con que miraban a padres y abuelos mientras sus manitas se aferraban a los barrotes de los caballitos pintados, me  vi a mi  hace sesenta  años, cuando desde la rueda  de un tiovivo que sonaba el Vals de las mariposas miraba a mis padres y  al   mundo girar a mi alrededor  con la misma fascinación e  inocencia. 


- ¿ Qué te pasa?- me reguntó Maria José- estás emocionado. 


- Nada...cosas mías. 





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