El cine, la literatura, la poesía, sabe que la muerte no es un puro acontecimiento, y menos aún un suceso negativo. La muerte es el acontecimiento más auténtico de la persona y la más incuestionable realidad del hombre y del mundo. Todo puede ser aparente, y en buena medida lo es, menos la muerte.
Es “la hora de la verdad” y quizá el único momento en el que la verdad comparece sin adornos ni aditamentos
Y , además es algo personal. Podemos ver la muerte muy cerca, incluso asistirla en gente que amamos, pero nada de eso importa. Pero la nuestra es otro asunto.
Yo tuve mucho miedo a la muerte, a morir. No echemos la culpa a nadie, aunque se e ocurren unos cuántos culpables. No se puede sembrar según qué fantasías en un niño. Sin embargo, es impensable lo poco que seríamos sin haber padecido miedo. Es propia del hombre la tendencia a ceder al miedo. Ningún miedo desaparece, pero sus escondrijos son indescifrables.
De todas las cosas, quizás sea el miedo la que menos cambia. Por eso tanta gente tiembla ante la muerte. Cuando pienso en mis primeros años lo primero que reconozco son sus miedos, de los que hubo de todo.
Muchos de estos miedos los descubro sólo ahora, y en buena compañía se disiparon como la niebla ante el sol.
"En Dios nos movemos, existimos, y somos". Le he dado muchas vueltas a esta frase. Para mi trata de la eternidad. No existe el tiempo, que es una invención humana para contar y saber qué es eso de ayer , hoy , mañana. Desde hace años, todos los días, hablo con mis muertos. Y espero estar a la altura de los que conocí: mi padre, Manuela, Joaquín, Joan, Jaume...
Un día sientes algo, acudes al médico, una radiografía, y te dicen " esto tiene un proceso "desalentador". Y piensas, " ¡ ya está aquí!". Ahora me toca a mi.
En mi vida no he buscado nunca la felicidad. He buscado motivos para ser feliz. Tal vez ese motivo sea buscar la verdad sobre uno mismo, ¡ eso sí que me ha costado! Una vez tiene el motivo, la felicidad llega por sí sola. Pero si en lugar de aspirar a un motivo para ser feliz, persigues la propia felicidad, fracasarás en el intento y se te escapará.
¿Qué aprendí de mis muertos? Pues que cuando amaban, se olvidaban de su persona; cuando rezaban, no tenían ojos para ellos. Algo parecido sucedía con la muerte, en el morir.
No sé dónde leí que nunca se debían fotografiar ni filmar estas tres cosas: amar, rezar y morir. Las tres constituyen una reserva del más íntimo recogimiento de la persona, donde uno puede ser y seguir siendo uno mismo, sin convertirse en objeto de contemplación pública.
A mi eso me va a costar, pero quél e vamos a hacer.
Adiós.
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