Fue mi primer año de becario en Viaró. Tendría unos 21 años.
Estaba dictando un texto en una clase de Lengua en tercero de primaria. Un niño se levantó , se dirigió hasta la pizarra, la tocó, y regresó a su pupitre.
- ¡ Muy bien, hombre!...¿de excursión?
La clase rio divertida.
Poco tiempo después el mismo crío se levanta de nuevo, se acerca a la pizarra, la toca, y vuelve a su sitio.
- ¡ Vaya, hombre!...¿de cachondeo?...
El chaval reía , una sonrisa como del que no entiende el chiste.
Pasó poco rato y el niño vuelve a hacer lo mismo. Se levanta, toca la pizarra, y se sienta. La clase , alterada, se burla. El chico me mira y ríe. Es una risa del que está en el desvarío. Una risa y una mirada como desenfocada. Ese chaval sufría.
Me acerqué a su pupitre le pregunté qué le sucedía.
- No lo sé.
- ¿ Y por qué vas hasta la pizarra y la tocas?.
- No lo sé.
Se puso a llorar. Se levantó y repitió la acción que parecía un rito , una adicción enfermiza.
Lo llevé a un despacho para hablar con él, y que la clase no se burlara de él. El niño se retregaba las manos y sonreía sin sentido.
Se lo comenté a su tutor.
- Yo me encargo.
Nunca más volví a ver a aquel crío. Han pasado cuarenta años y aún recuerdo aquella mirada, aquellos gestos, el desvarío, el dolor.
Después he visto ese mismo niño en versión adulta, con otros rostros, otras adicciones, otras pizarras, otros recorridos absurdos, otras lágrimas, y otros " no sé lo que me pasa"...y, en ocasiones, ese niño tenía mi cara.
No hay comentarios:
Publicar un comentario