Una vez un grupo nos cruzamos con don Álvaro del Portillo en Villa Tévere, la casa central del Opus Dei en el mundo todo. Iniciamos una breve tertulia.
En un momento dado uno de los chavales que estaba allí, un crío de unos quince años, le dijo a uno que atendía embobado al Prelado:
- ¿Por qué poner esa sonrisa tan rara?
La verdad es que el tío tenía una cara muy rara. Muy postiza. Una sonrisa forzada, arificial. Algo así como " ¡¡¡qué feliz soyyyyyyy, Padre!!!.
Hay gente que se ve en la obligación de vivir en la “alegría”. Se fuerzan a ser alegres, tanto, que en algunos lugares es una norma de siempre. Eso les obliga a andar de una manera un tanto impostada, forzada , impuesta y encorsetada.
Pero así no hay manera, y ese maquillaje, cuando llega la noche y los ojos se limpian con una loción removedora , y se usa un tonificante facial , y se termina con una pasadita de desmaquillador, se descubre a un gruñón, o a un triste, o a un profesional de la mueca dibujada en forma de estiramiento facial.
La alegría , o es natural, o no lo es. Hay quien exagera su alegría, pero es ficción porque, coño, tampoco es para tanto. Lo mismo que hay quien agranda sus tristezas, y gusta de un cierto exhibicionismo llorando en público lágrimas democráticas que, en fin, suenan a ficción. Parecen Nerón llorando en el vaso lacrimal por su amigo Petronio. Y más si las cámaras, siempre atentas a un primer plano que sabe que va a suceder, recogen ese momento “espontáneo”.
No olvidemos que las productoras que graban esas imágenes, y de esa manera, son propiedad del partido o de la institución de turno. Nada es casual en las imágenes de los telediarios, ni en ciertas tertulias, ni en informes semanales, nada es espontáneo. Todos se saben observados por un cámara amigo, con un guión previsto, y unos gestos ensayados.
La alegría , y la tristeza, es otra cosa.
Interesante reflexión. La sonrisa artificial está al día y los hay que saben hacerlo muy bien. Algunos se empeñan en politizar la religión (derecha ultraconservadora) con sonrisa forzada y otros a propagar la teología del amor con semblante serio. El Papa Francisco por ejemplo. Creo que las dos cosas, propagar el amor y sembrar confusión ideológica son incompatibles.
ResponderEliminarLas dos son repulsivas: las dos las conozco muy bien.
ResponderEliminarUna porque la practiqué.
Otra porque la sufrí en los jesuitas. Y este Papa no se libra.