Siempre me llamó la atención encontrarme chavales que desconocían como se habían conocido sus padres, o mejor decir, cómo se habían enamorado. A nosotros en casa nos gustaba escuchar esas historias , muy parecidas unas a otras y tan distintas.
Muchas veces he pensado que para ser una madre , un padre que deje huella, hay que tener el valor de hablar sobre los días más alegres y los tristes de nuestras vidas. Tener la valentía de contar nuestros fracasos, dificultades. También de nuestros sueños de entonces.
Educar es, también,entrar en el mundo de otro.
Estos meses he regresado al pasado a través de antiguos alumnos. Y he descubierto que lo que queda en todo el mundo son los afectos, la vida que se ha aprendido gracias a vivirla a través de canciones, de experiencias , algunas realmente muy poco edificantes. A diferencia de los ordenadores nada de lo que se almacena en nuestra memoria es voluntario.
Curioso. He perdido perdón a varios de estos alumnos, y ninguno recordaba el motivo de mi falta.
En los ordenadores decidimos qué guardar , en la memoria humana no depende de nuestra voluntad. No sabemos lo que quedará o no registrado, pero es seguro que nos habrá afectado, y mucho.
Es la emoción la que define la calidad del y la intensidad del registro en nuestra memoria. Por eso no olvidamos nuestro primer amor (¡ains, Matilde!).
El amor, el odio, la alegría, la angustia, el miedo, producen unos registros intensos, con mirador a la plaza desde el balcón de nuestra memoria.
Es la emoción la que define la calidad del y la intensidad del registro en nuestra memoria. Por eso no olvidamos nuestro primer amor (¡ains, Matilde!).
El amor, el odio, la alegría, la angustia, el miedo, producen unos registros intensos, con mirador a la plaza desde el balcón de nuestra memoria.
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