lunes, 31 de agosto de 2015

NIÑOS QUE SE ESCONDEN.


Sé que no tengo un conocimiento mayor que la persona que está frente a mí, sea quien sea. Hubo un tiempo  que, en  mi fatuidad,  me veía  superior  a  mucha  gente.

Pero no: la   gente tiene  experiencias  que  les han hecho  sabias  sin  haber  pisado la universidad, y tienen másters  en  dirección de  empresas después de haber sacado adelante , solas,  familias numerosas, algunas con hijos muy  problematicos.

Así, cuando trabajaba ofreciendo comidas  en Residencias de mayores ,encontraba muchas personas afectadas por el Alzheimer , me gustaba hablar con unos y otros, preguntando por sus biografías. Escuchabas  historias  conmovedoras, contadas con una sencillez  maravillosa,   sin darse un pijo de importancia. Siempre aportaban algo: tenían algo que decirme o algo que darme. 

Sentía esto y lo siento de cualquiera que me encuentre. No  siempre  fui así, ¡seré idiota!.

La luz que hay en mí, es un  regalo  que se me da, no viene de mí y, en general, viene en forma de rostros. Siempre he tenido una certeza que no puedo explicar: estos enfermos, contrariamente a lo que se dice, no están ausentes. Y, llegado el momento, no hay necesidad de hablar. Ya  está  todo  dicho.

Un día  escuché de alguien, estaba con su madre y unos familiares: “No sirve de nada que venga a verla, porque no se  entera de nada”. Sin embargo, ese “no  se  entera de  nada” apuntaba directamente a alguien que estaba plenamente allí. Le puedes acariciar, besar, peinar... Pero es difícil explicarle a ese  hijo lo que no quiere oír. Igual que es inútil e irrisorio dar una lección de moralidad. A  mucha  gente  la  moral  le importa una higa: cada cual tiene su momento y su camino. 

Ese hombre se estaba equivocando. Un solo  beso hubiese  bastado y  se hubiese  quedado en el aire para  siempre. Ese algo que antes llamábamos alma está siempre presente, hasta el final visible y puede que más allá. 

Tal vez el alma es como un niño que se esconde a momentos porque tiene miedo. Y es posible que ese  hombre, como tú, como yo, seamos niños que nos escondemos ante la enfermedad y el dolor que no queremos ver.

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VIRGEN DESATANUDOS

3 comentarios:

  1. El sábado fui a visitar en el hospital a un antiguo jefe que está en las últimas. Todo un señor. Me enseñó a lidiar vaquillas, murlacos y alguna res brava. La clave de sus enseñanzas estaba en despreciar el miedo, el acojono, el cague. Piensa siempre que el tema está chupao, piensa como si la dificultad estuviera archivada en el pasado.
    ...
    Debajo de media docena de tubos estaba él, medio dormido medio despierto.
    Le cogí la mano e intenté transmitirle calor. Tras veinte minutos, su mano y la mía tenían la misma temperatura.
    Sobre las seis de la tarde tuvo un momento de lucidez, así que me acerqué a su oído y se lo dije.
    Piensa que el tema está chupao, piensa como si las dificultades estuvieran archivadas en el pasado.
    Y entonces, me lo dijo :
    "Súbete la bragueta chaval, la enfermera no hace más que mirar"
    ...El sábado fui a visitar en el hospital a un antiguo jefe que está en las últimas. Todo un señor. Me enseñó a lidiar vaquillas, murlacos y alguna res brava. La clave de sus enseñanzas estaba en despreciar el miedo, el acojono, el cague. Piensa siempre que el tema está chupao, piensa como si la dificultad estuviera archivada en el pasado.
    ...
    Debajo de media docena de tubos estaba él, medio dormido medio despierto.
    Le cogí la mano e intenté transmitirle calor. Tras veinte minutos, su mano y la mía tenían la misma temperatura.
    Sobre las seis de la tarde tuvo un momento de lucidez, así que me acerqué a su oído y se lo dije.
    Piensa que el tema está chupao, piensa como si las dificultades estuvieran archivadas en el pasado.
    Y entonces, me lo dijo :
    "Súbete la bragueta chaval, la enfermera no hace más que mirar"
    ...
    Luego volvió a sumirse en el fondo de un sueño incierto y desconcertante.
    Me subí la bragueta, salí a la calle y me di cuenta que hasta para morirse hay que ser un Señor.
    Un Señor sin miedo.
    Luego volvió a sumirse en el fondo de un sueño incierto y desconcertante.
    Me subí la bragueta, salí a la calle y me di cuenta que hasta para morirse hay que ser un Señor.
    Un Señor sin miedo.

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  2. La última capacidad que conserva el hombre cuando el Alzheimer se lo ha llevado todo es la capaciad de recibir afecto. Lo aprendí de una señora en la presentación de mi libro. Un beso basta, o un abrazo. Como dice una de esas historias que circulan por la red, tipo Selecciones del Readers Digest: el señor mayor iba todos los días a ver a su mujer a la residencia en la que estaba ingresada con Alzheimer. Un día él enfermó, ingresó en el hospital, y su mayor preocupación era no poder visitar a su mujer. Alguien le dijo que por qué se preocupaba tanto, si ella no recordsaba quién era él. Y el hombre respondió que se preocupaba, porque él sí se acordaba de quién era ella.
    Buenos días, Suso.

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  3. Mi padre murió sin querer morirse: trabajó toda la vida y falleció. Era un señor, pero me parece que la enfermedad y la muerte siempre son violentas. Lo fue para nosotros y para él.

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