He pasado cerca de un cadáver envuelto en una manta , en la A-6.
La cola de coches pasábamos con temor reverencial, con miedo y humildad. Y con amor también. La muerte ha irrumpido en la realidad de cada uno de nosotros con su luz, que, aunque terrible, iluminaba el aire fresco de la mañana. De alguna manera, aquella luz, como el roce de las alas de un ángel, borraba la rutina, la mediocridad, y lo volvía todo, aunque fuera durante unos minutos, sólo los instantes que duraba el acordeón de esa cola de automóviles, distinto, renovado paradójicamente, y más digno al fin.
Musité una oración por el alma de aquella persona.
Recordé a Pessoa:
"A mí, cuando veo un muerto, la muerte me parece una partida. El cadáver me da la impresión de un traje abandonado. Alguien se fue y no necesitó llevar aquel traje único que había vestido".
--------------UN VIAJE
El gesto del rostro sin vida no se olvida y cambia la faz del muerto. La cara de Juan Pablo II, de Escrivá o del Portillo sin vida, cambian. Cambia la faz del muerto.
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