lunes, 17 de agosto de 2015

UNA CULTURA DE MUERTE.

Seguimos con el misionero Joaquín.

"Nigeria es una cultura donde la muerte está muy presente en el día a día" , sentenciaba.

Recordaba como en los primeros días allí, regresando de celebrar  misa en un centro, encontró una mano que sobresalía de un montón de brea  caliente recién vertida de un camión. Al parecer el chófer del camión no había advertido que un ser humano andaba detrás del mismo.

Viendo  que ya no había nada que hacer, dejó al hombre enterrado  con  la mano al viento imperio, , y siguió ruta.

A  don Joaquín le sorprendía que la gente seguía su vida normal sin reparar, o al menos, sin molestarse en avisar del accidente a alguna autoridad.

Lo comentó al llegar a casa.

- Ni se te ocurra dar parte a  la policía del tema. Seguramente te detendrán a ti, por si acaso. Déjalo, ya se arreglará.

- Estuvo allí el hombre, bueno, su mano, una semana entera. Pasar por allí era inquietante.

Una de las anécdotas  que reflejaba mejor esa cultura de muerte fue la del profesor en Strahmore, un colegio en Kenia donde estuvo  un tiempo.

El colegio estaba cerca de la selva. Una mañana un león saltó la valla de acceso al colegio  recorriendo el patio del mismo. Los chavales al verlo corrieron a refugiarse a las aulas. 

En el comedor de profesores tomaban el café de la mañana, sin conocer la noticia.

Y el profesor encargado de llamar a clase con un silbato, sale fuera, se planta en medio del patio, saca el silbato, y sopla una buena bufada: ¡¡¡PIPIPIIIIIIIÍ!!!...¡¡¡PIPÍÍÍÍ!!!

Se gira el león a lo lejos.

- ¡Coño!, ¡un ser humano! - se dice.

Y se va a por el profe, que sigue pitando muy cabreado viendo que no viene nadie a formar a filas: ¡¡¡PÍÍÍÍÍ  PIÍÍÍÍ  PÍÍÍ!!!

- Fue muy duro para los críos ver como se comía  a bocados  despedazando a su  profesor delante de ellos....¡pero así es África!


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ABRIR LOS OJOS.

3 comentarios:

  1. Mi cliente favorito es nuestro representante en Nigeria.
    Su nombre es muy común en Nigeria: la mitad de los nigerianos tiene el mismo apellido, igual que la mitad de los chinos se llama Lee o la mitad de los rumanos se llama Popescu.

    Hace unos años se produjo un retraso en el envío de unos suministros. Bueno, en realidad el retraso lo provocó él, por no haber pagado las facturas a tiempo.
    El caso es que este hombre me llamó por teléfono todo alterado.
    Aguantar a un nigeriano cabreado, furibundo como un demente, berreando a pleno pulmón es una experiencia inolvidable. Sobre todo si no se entiende ni una palabra de lo que está vociferando.
    En su obra "El antropólogo inocente", Nigel Barley dice que cuando un africano habla de manera que no se le entiende ni una única palabra, con toda probabilidad está hablando en inglés. Yo puedo dar fe de esto.

    La situación era ésta: a un extremo del teléfono, en Lagos, el nigeriano berreando como un poseso; al otro lado, yo, manteniendo el teléfono a medio metro de la oreja; a través del auricular, como si fuera un altavoz, los ininteligibles berridos del nigeriano resonando por toda la oficina; mis dos compañeros de oficina, que conocían bien al nigeriano, subidos en sus mesas imitando a monos, rascándose los sobacos sin cruzar los brazos y tamboreando en el pecho; y yo, con un ataque de risa, incapaz de pronunciar ninguna palabra para pedirle al nigeriano que hablara más despacio porque no se le entendía nada.

    De todo aquel griterío, que duró varios minutos antes de que el nigeriano colgara porque de mí -la risa me impedía hablar- no obtenía ninguna respuesta, sólo entendimos una frase: "¡¡¡MIS CLIENTES ME VAN A MATAR!!!"
    En aquel momento yo lo tomé como expresión idiomática que puede soltar un africano enojado, igual que también nosotros, en un momento de enfado, llegamos a gritar: "¡Te voy a matar!" Por supuesto no devolví la llamada, sino que me marché a casa tan tranquilo olvidándome del asunto.
    Pero después de haber leído las tres entradas del Barullo sobre Nigeria, tengo el cuerpo cubierto de un sudor frío.

    En desagravio hay que decir que este nigeriano, todas las navidades, me manda unas felicitaciones de varias páginas que parecen verdaderos "Magníficats", llenas de exaltación y buenaventura, deseándome todos sus parabienes y la bendición de Dios para mí y toda mi descendencia.

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