viernes, 13 de marzo de 2020

LA PESTE Y EL CORONAVIRUS.

Termino “La peste” de Camus, y recuerdo “Los novios” de Manzoni , donde hace una exposición de la peste en Milán que pone la gallina de piel.Estremecedora.
Las dos novelas más que recomendables. 

Parece que todo comenzó a finales de 1346 cuando los mongoles liderados por Khan , que sitiaban el enclave genovés del puerto de Caffa, comenzaron a catapultar los cadáveres de sus propios difuntos al interior del recinto fortificado: montañas de muertos que los genoveses intentaban echar al mar, horrorizados al no poder escapar. 

Se dice que fue el primer episodio de guerra biológica de la Historia. 

Un año después, en el puerto de Messina atracaron varios barcos procedentes de Caffa con numerosos tripulantes muertos o moribundos enganchados a sus remos. Las víctimas eran fácilmente reconocibles por los forúnculos negros, a veces del tamaño de un huevo, que brotaban de sus axilas y sus ingles y por las pústulas no menos repugnantes que supuraban sobre su piel. 

Pronto gran parte de los habitantes de tan desafortunado lugar de amarre quedaron contagiados y comenzaron a morir dolorosamente en intervalos de entre tres y cinco días desde el momento de la incubación del mal. Era la peste bubónica que en enero de 1348 penetró en Francia a través de Marsella desde el Norte de Africa vía Túnez, y en la noche de San Juan ya infectaba a los habitantes del condado británico de Dorset que celebraban la fiesta de las hogueras junto a un grupo de marineros gascones llegados de Francia. 

El contagio era tan fulminante que se llegó a pensar que un enfermo podía infectar al mundo entero. El balance de cadáveres fue aterrador. 

Se prohibieron las procesiones de flagelantes que imploraban a Dios que aplacase el mal porque descubrieron que propagaban la epidemia con más virulencia. Los flagelantes se entregaron al pillaje contra los judíos, convencidos que el pueblo decida era la causa de la ira de Dios. 

Muchos estaban convencidos que el Fin del Mundo había llegado. 

Lo que asombra es que, más que la espantosa cantidad de muertos que hubo, o las condiciones terribles en las que agonizaban las víctimas de la Peste Negra, es que ni uno solo de los muertos, ni de los supervivientes, conocían la causa de lo que estaba sucediendo. Incluso se llegó a pensar, que se transmitía por la mirada. 

Y en medio de toda esta tragedia hubo gente maravillosa que no pensaba en sí misma, auténticos héroes. Se encontró un manuscrito del fraile John Clyn en la abadía irlandesa de Kilkenney. Aquel  buen hombre llevaba un diario de la epidemia «para impedir que las cosas que deben ser recordadas perezcan con el tiempo y se desvanezcan de la memoria de quienes vengan detrás de nosotros». 

Sus últimas líneas anota : « dejo espacio en el pergamino por si, por casualidad, algún hombre sobrevive y alguien de la raza de Adán escapa a esta pestilencia y puede continuar el trabajo que yo he comenzado».LA PESTE 

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