Había un anuncio que decía algo así como " ¿ a qué huelen las cosas que no huelen?".
No sé a qué se refiere. Todo huele a algo, y la gente huele, incluso los más feos vicios hieden. La codicia tiene un olor que el que lo ha testado no lo olvida. Conocí el despacho de un codicioso. Tenía un sillón con orejeras heredado de su padre, segunda generación de culos piadosos y de afanes de Epulón. Y olía a cerdo. Tenía también cara de cerdo, y cuello porcino - no tenía cuello- y andaba como los gorrinos, incapaz de mirar al cielo.
Uno de sus socios fue también jefe mío. Es el que descubrí que escribía aquí cosas que resultó que las provocaba la envidia. Aún sigue escribiendo de vez en cuando. La verdad, me sorprendió muchísimo que dedicara tiempo al Barullo. Presumía de ser hombre muy inteligente. A este hombre, antes de jubilarme, le profeticé:
- Cada vez te pareces más a Urelles. Terminarás siendo como él, rico, porcino, y mala gente. Y te creerás bueno.
Le sabía muy mal oír esas cosas. Hace dos días vi una foto actual de él y me impresionó: está gordo, sin cuello, porcino. Millonario. Y también piadoso. No se pierde una misa, y va a todas las reuniones parroquiales, y de padres preocupados por la formación de sus hijos.
O sea, clavadito a su socio. O sea, rico, porcino, y se cree buena persona.
Lo que sucede es que, además, es guarrete: no se corta las uñas, se rasca los dallós, y cuando se agacha se le ve la raja del culo. Pero eso le viene de cuna.
Me fui de vareta. Lo que quería decir es que donde fuimos felices dejamos un aroma que nos acompañará siempre. Y al revés, esos lugares donde fuimos felices, esas personas., nos dejaron su aroma. También el amor posee una esencia agria. Los amores inolvidables arrastraban su perfume secreto. También la oración, también Dios.
Los flujos, el sudor, el miedo, o el incienso, las velas...¿por qué hablo de Dios y lo mezclo con los olores. Debe de ser que a mi los años de los grandes ideales me huelen.
Hoy huelo a campo, a mujer enamorada, a otoño.
Pienso en mi padre y lo puedo oler. Y a mi madre también, que está cientos de kilómetros de mi. Me huelen bastantes mujeres. Y hay veces que un olor evoca una persona, o un recuerdo.
Pero hay perfumes que son cárceles. Y, en algunos casos, porquerizas.
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