La esencia y la belleza de las cosas reside en su carácter perecedero. Que duran poco.
Fue cuando tenía 12 años que el colegio de los jesuitas cambió de sede y dejaron abandonado en medio de la ciudad. Después se construyó la sede de Ibercaja. Yo vivía muy cerca.
Allí descubrí una afición apasionada por los lugares abandonados, que después desarrollé con mi padre, gran recolector de antigüedades nocturnas en pueblos desolados.
Los lugares abandonados le cambian a uno. Allí el espíritu destructor y vandálico que todos llevamos dentro se lleva a cabo. Ocultos en el silencio, la soledad y el grosor de sus paredes —fuera del alcance de los demás - el placer de romper cosas, en especial vidrios, era catártico.
¿Será por eso que los cristales de las ventanas de todas las casas abandonadas están partidos por certeros piedrazos? ¿Qué se esconde detrás de esa vandálica vocación? . La pura aventura. Y el gamberreo .
De entre todas las partes que tienen las edificaciones, los jardines y parques son las primeras en sublevarse cuando el sitio queda abandonado. Enredaderas, y plantas desbocadas sin el control ejercido por el hombre, desoyen la domesticación a la que habían sido reducidas y lo copan todo.
Presionan y resquebrajan el asfalto; retuercen hierros; escalan y desmoronan paredes. El mundo vegetal reclama el escenario. Lo reconquista sin pausa. Lo vuelve propio. Un jardín abandonado es la naturaleza en movimiento. Es autonomía. Es la anarquía hecha ramas.
Un edificio en ruinas recuerda la pérdida de una batalla....y con los años es una metáfora de ti mismo.
Esta foto es del patio interior de ese colegio de jesuitas - El Salvador - que después recorrí en su abandono de arriba abajo.
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