Hubo un tiempo que no me gustaba mi cuerpo. Me despreciaba. Huía del reflejo de los escaparates, pensaba que todo el mundo me señalaba y se fijaba en mi. Andaba desgarbado, sin saber donde meter las manos, braceando y como desganado. No me atrevía a decirle nada a la chica del colegio que me gustaba.
Era muy guarro. Me fijaba de refilón en tetas y culos de señoras que pasaban por allí, mayores, algunas viejas. Me parecía estar hecho de lava, todo temblor.
No es fácil quererse. Siempre hay una parte de nosotros que duele. Nadie está en paz consigo mismo, diga lo que diga en Instagram, se presente como se presente.
Llamamos complejos a esas espinas que se nos clavan cuando no nos gusta lo que somos. Al daño de los días, las palabras que nos arañaron el corazón. Al final madurar es entendernos, saber por qué cada pieza está donde está, donde falta, donde sobra. También la esperanza que nos queda. La mochila que llevamos a cuesta y que algún día conseguiremos desprendernos.
La belleza no lo es todo. No todas las heridas son visibles. Sobran los que insultan, y sobran los que son condescendientes. Nadie es mejor aliado que tú...porque tú has sido durante años tu peor enemigo.
¿Guarro por mirar culos y tetas? Creo que los guarros son los que nos taladraron la cabeza diciéndonos que eso no estaba bien. Y así de tarados hemos salidos todos ¡por favor!.
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