Hay personas que aplauden en los aterrizajes. Es como un alivio de sentirse salvado ante el acojone que se presentía al intuir al avión vadear en el aire.
Con los años uno desconfía de lo que debería entusiasmarme. Si al entrar en un despacho veo sobra la mesa una foto familiar, y otra instantánea del sujeto con el Papa, y otra con el rey, pienso " ¡malo!: estas fantasmadas las pagas tú: el colegio de estas criaturas, la operación de tetas de la señora. la visita del santo Padre". O un restaurante así como muy tal, lo mismo. O los comerciales almibarados y muy artificiales . No me fío.
Ya sé que hay sitios, personas, instituciones, qe deberían entusiasmarme, pero ya es tarde. Ya he sucumbido a todos los ideales. Me pasa con los políticos. Esos que , dicen, son modernos, transversales, dialogantes, ecopollas...¡ qué cansinos!.
Y me sucede con la iglesia. Tenemos un papa que al que le convenza, pues vale, pero a mi, a otro perro con ese hueso. No creo en él. No me entusiasma. Y no es por él por dónde enchufo mi fe.
A mi fe le pido colmillo e incomodidad, y no politiqueo y agenda 2000, indigenismo políticamente correcto, cambio climático y "discernimiento", que parece una versión edulcorada de la libre interpretación. A mi fe le pido que me insulte, que me zarandee.
Querer contentar a todos es el camino más corto para tener descontento a todo el mundo. No quiero una religión que suponga un cómodo viaje. La fe es una travesía en el desierto. Demasiados corazones en los logos, y ninguno al tomar decisiones de calado.
Al papa, a este papa, le aplaudirán en su particular aterrizaje , pero porque da mucho miedo ver como da bandazos la nave que pilota durante el vuelo.
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