Leo esta deliciosa parábola de Proust.
"En realidad, como ocurre con las almas de difuntos en ciertas leyendas populares, cada hora de nuestra vida, se encarna y se oculta en cuanto muere en algún objeto material. Queda cautiva, cautiva para siempre, a menos que encontremos el objeto. Por él la reconocemos, la invocamos, y se libera. El objeto en donde se esconde o la sensación, ya que todo objeto es en relación a nosotros sensación, muy bien puede ocurrir que no lo encontremos jamás. Y así es cómo existen horas de nuestra vida que nunca resucitarán".
Me ha impresionado esa comparación. Todos tenemos difuntos que nos han acompañado y querido. Y nos han dejado unos recuerdos, unos objetos: cartas, medallas, pulseras, relojes, un plato que nos gustaba mucho, una canción, una manera de reír...¡tantas cosas!
Allí se esconde de alguna manera , la habita, el alma de esa persona. Y al reconocerla nos libera. Parece que vuelve a estar con nosotros, a nuestro lado.
Al encontrarla parece que la invocamos , y de esa forma la liberamos, como el genio de la lámpara al ser destapada.
El final es estremecedor: "y así es cómo existen horas de nuestra vida que nunca resucitarán".
Hay que evocar y explorar para resucitar aquell@s que tanto nos quisieron, y quisimos.
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