Hace unos años me crucé con un antiguo alumno que me reprochó , fue bastante más que un reproche, el mote que le puse cuando le di clase.
- Fuiste un cabrón, y me jodió mucho. Aún hoy todos los compañeros de ese curso me llaman así. Y no quiero saber nada de ese colegio, de esa clase, ni de ese mundo.
Le pedí perdón. Y fui muy sincero. Pero ya no podía hacer nada. Es cruel la vida, y no poder echar marcha atrás y desandar lo andado, y rebobinar a ese mismo instante en que , por un juego de palabras estúpido, la cagué en una biografía que marqué para siempre.
Madurar es también aprender a medir el impacto de nuestras maldades. También saber cuando callarse. Y poder seguir viviendo sin martirizarse por los errores cometidos. Eso a mi me está costando mucho. ¡La he cagado tantas veces!
Me refiero a esa verbena agitada que es la vida mientras creces, de todas esas buenísimas malas ideas que un día tuvimos.
A mi también me pusieron mote, pero era simpático. En un club juvenil al que iba había un tío que se llamaba Tusqui que nos ponía motes a todos. Y no todos guardan buen recuerdo de ese tío. Yo era el Canguro: tenía la cabeza pequeña y el culo gordo.
Pero también es verdad que no debemos tomarnos a nosotros mismos tan en serio. Hacerse mayor no es memorizar una sinfonía de crujidos , de arrugas, de quejarse por todo, también es saber frivolizar, reírse de uno mismo, entender la existencia como un fenómeno liviano, con sus motes, sus incongruencias, sus disparates, sus cosas ridículas.
No somos tan importantes. Me arrepiento de esos motes que puse, de esas gracias que no hacen gracia, de mis difamaciones, de mis calumnias, y de chistes que no debí contar. Me arrepiento de muchas cosas, pero la vida está hecha de roca , nada de esto la derrumba...la vida se hace con un puñadito de verdades, y toneladas de cagadas.
Y allí está parte de nuestro encanto.
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