Poco a poco comienzo a sentir las consecuencias de tres meses sin fumar: los olores.
Mi vicio comenzó a los ocho años, en los lavabos del colegio de los jesuítas en Zaragoza. Y recuerdo con quién, un tal Marín Yaseli. Las consecuencias de ese cigarrillo fueron comenzar una vida de mentiras, sobre todo a mi madre, de robo, para poder financiar el vicio, de ir a lugares ocultos, incluso de mendicidad, pues si no tenía forma de conseguir un cigarrillo lo pedía por la calle.
Por culpa del tabaco vino, como dicen acá, "¡lo pior de lo pior!"
Otra consecuencia fue el deterioro del sentido del olfato. Es algo que me hizo ver un psiquiatra que vivió conmigo, y que no es el tarao que pensáis, ese que adoraba al molt Horinapla bajo la especie de "Cos".
- Oye, tú no comes, tú echas comida por el agujero de la cara.
-?¿
- ¿No te has fijado que condimentas con picante todo lo que te zampas?
- Pues, no sé...
- Y, además, devoras: tú no saboreas, por eso necesitas sentir cosas fuertes.
Y tenía razón. No sentía nada comiendo.
Y ahorita, poco a poco, me llegan tufaradas de oloras de quetzí, claro que del sobaco maya a mi pituitaria apenas habrá dos centímetros. Pero, bueno, algo es algo.
Sí recuerdo olores de mi infancia: del colegio, de algún profesor, más bien guarrete y cebolloso, del after shave de mi padre, de un algo que echaban en los cines, maravilloso aroma, del dedo que me introducía en el culo y me lo olía...sí, ya lo sé. ¿Qué pasa, que era el único?
Aunque perdí el olfato, a los profesores, cuando me tocó mandar en los colegios , los volvía locos con este tema. Iba a degüello con los cerdos que no usaban desodorante, y con los que apestaban a vinazo ya por la mañana, el carajillo de España.
Y es que esos olores de la infancia no se olvidan nunca. ¿Cuántos profesores habrá en este país con el mote del " Mofeta".?.
¡Coño, pues sé más limpio, guarro!. Esos pestiños hediondos no se olvidan en la vida.
El olfato es el sentido con mayor poder de evocación de recuerdos lejanos. Eso lo explicó muy bien Proust y su magdalena. Y mucho mejor, y con menos palabras, Ratatouille en la maravillosa escena del terrible crítico gourmet. No hay mejor fármaco para la memoria que el olfato.
¿A qué huele el amor?, porque el amor huele. Y el sexo enamorado. También el que se paga. Y una madre, y un padre. Y una clase de niños en primavera, y otra un día de lluvia. Un cura confesando huele, y ese olor acompaña el perdón de los pecados.
La verdad es que no se puede olvidar un olor ni queriendo.
Viajando a Semuc tuve una curiosa experiencia olfativa en este sentido. Fue aspirar un olor que hacía más de cuarenta años que no sentía, y además una sola vez en mi vida.
En un autobús hasta los topes de humanidad en su condición más estrujada dentro, asilvestrada, indígena y con vaho en los cristales, de repente, recuerdo esa misma fragancia: en Sangüesa, Navarra, en una Javierada, durmiendo en una pequeña habitación con decenas de peregrinos , agotados, asardinados en el suelo, sin espacio para dar siquiera la vuelta y acomodarse.
¡Me emocioné al evocar ese recuerdo!
¡Y ahora vuelvo a oler!...si fuese un milagro, habrá que esperar más tiempo, volvería a Guatemala , como el leproso, a dar las gracias...y, ahora que lo pienso: ¿a quién cojones le doy las gracias?
El olor parece que no podemos recordarlo, salvo asociado a un otro olor. Olemos y recordamos olores, siempre en un contexto. Necesita de los demás sentidos, imágenes, sensaciones.
Por ejemplo, parece que es imposible soñar olores. El sueño no tiene nariz.
Alguno dirá, "pues yo , dormido, olí un pedo" .
- Muy bien, notas, probablemente el tuyo , a escape mientras dormías. No era del sueño ese pedo: era una creación de tu propio culo en versión pesadilla. Probablemente.
Leo que la mayoría de nosotros podemos reconocer y diferenciar miles de olores, y los profesionales del tema alcanzan a llegar hasta 10.000.
Es curioso, poca gente conoce más de un millar de palabras del vocabulario de su idioma. A mi me gusta anotarlas en una libreta , y con frecuencia olvido las nuevas que aprendo.
Sin embargo, aquel olor de una fría noche de diciembre en Sangüesa, hace más de 40 años , no lo olvidé nunca.
Ni el olor de Manuela, que viene conmigo, y contando...
Buenos días.
ResponderEliminarNo creo q te preocupes del q dia q vuelvas......es tu tu vida suso......ya hiciste algo buenísimo, y es como los olores. ......Algunos nunca se olvidan
Bonita refelxión.....
ResponderEliminarLos olores regresan, tu regresas..... nunca nos vamos del todo..... nunca dejamos algo del todo........Y te traes contigo un gran bagaje. Hay que aprovecharlo!!
Lo cuenta usted como si hubiera descubierto y desarrollado la mistica del pedo (del latin flatus o "soplo divino). Que igual que el arte proviene de lo mas profundo de nuestro ser.
ResponderEliminarRecuerdo en un velatorio un tipo que se tiro un pedo y aseguro que el muerto queria hablar.
LOS ARMARIOS DE NUESTROS DIFUNTOS (El doble significado de la palabra „esencia“)
ResponderEliminar„¿De verdad sabe a nosotros el universo en el que nos disipamos?“ En unos memorables versos, Rilke dice que nos evaporamos como el calor de un plato caliente, y se pregunta si eso nuestro que se evade de nosotros queda recogido en alguna parte. Metafóricamente, lo nuestro que se evade de nosotros son los olores, que quedan recogidos en nuestra ropa.
La ropa donde más queda recogido lo nuestro que se evade de nosotros, es decir, nuestros olores, no es la que más en contacto está con nuestras partes olientes, es decir, la ropa interior, porque ésa la lavamos con frecuencia. Sino aquellas prendas que no van nunca a la lavadora: los sombreros, las corbatas y los guantes. Como además de no ir a la lavadora tampoco las tiramos a la basura, esas prendas son, junto con los cinturones, las que encontramos SIEMPRE en los armarios de nuestros difuntos, cuando los abrimos a veces incluso al cabo de décadas y de generaciones.
Los sombreros recogen nuestro olor porque la cabeza es una de las partes del cuerpo que más lavamos y perfumamos. Las corbatas recogen nuestro olor porque le llega filtrado de los cuellos sudados de nuestras camisas. Los guantes recogen nuestro olor porque, aunque las manos no sudan especialmente ni tampoco las perfumamos de propio, sin embargo, al ser los miembros con los que nos aseamos y también con los que recogemos los olores de otras partes para llevárnoslos a la nariz y olfatearlos, se impregnan de nuestros aromas y los traspasan a los guantes.
¿Quién no ha olido los sombreros de sus muertos, las corbatas de sus muertos, los guantes de sus muertos, sintiendo que en los olores que esas prendan retienen, precisamente por resultar tan inaprehensibles, las ESENCIAS de los difuntos permanecen presentes de forma mucho más intensa que en cualquier foto de semblantes perfectamente definidos?