Tenía muchos años, y vivía en Sequib, una aldea en la Guatemala Quetzí.
A Sequib se llegaba por una senda sinuosa y muy empinada después de dos horas de ascensión.
Acababa de ver , y escuchar, con una emoción recogida, la última paletada de tierra sobre su mujer.
Sus hijos no habían podido asistir al entierro.
Todos eran tan pobres que un quetzal les hacía ricos. Se habían ido muy lejos buscando una esclavitud que les hiciera parecer un poco libres. Libres como un taxi "libre".
Contemplando la humilde tumba de su mujer, recordó lo que recuerdan los que no saben leer : los días en que recogían las lechugas cuando tienen un hilo tenue de frescura de escarcha; la carne de res a la brasa , sanguinolenta y azul; el pollo criollo que ella le preparaba , ¡qué sabor le daba al paladar!.
Recordaba esos cielos , altos , de nubes panzudas, blanquísimas , que se esfuman a todas horas. Aquel sol la tarde que se conocieron , tibio, y el vientecillo que trajo un ramalazo de hinojo, de romero.
En las acequias hay un hilillo de agua, brotan flores silvestres de los márgenes, se afinan los verdes de las lindes de la selva.
Vio los almendros de color de rosa. Los manzanos tenían una pelusilla de carmín, tornasolada. Regresaba a casa y los detalles de las hierbas se dibujan con una ternura perfilada y daba gusto abandonarse, con la contera de su bastón, al sueño de reseguir la caligrafía de las plantas.
La selva, lejana, verde, indiferente, poblada de formas vagas, va pasando.
Todo estos recuerdos , y este paisaje, le consolaba infinitamente más que asistir a las representaciones de este mundo, a la estúpida demencia ornitológica, ridícula y ladina, del material humano que da comienzo allá abajo, en Tamahu , hasta los confines de ciudades muy lejanas, pobladas por millones de anónimos que no andan gibosos .
A partir de ahora viviría en esta insoportable soledad en que le habían dejado.
¡Poeta!
ResponderEliminarA él nadie le vería morir, pues está escrito que fallecerá igual que todos, en la más absoluta de las soledades.
ResponderEliminarEso por una parte.
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Pero por la otra parte, nadie le verá vivir.
Sus caminatas por la selva, escuchando la serena canción que la naturaleza le canturreará de forma periódica.
Nadie observará su franca alegría, cuando la lluvia done de forma desinteresada su tesoro en la huerta que cuida con esmero.
Una vez que muera, la persona que se apropie de su chabola, no recogerá ni libros ni diarios, pues no sabe leer ni escribir. Pero tampoco recogerá lo que el hombre aprendió, pues con él se lo ha llevado en forma de bagaje personal.
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Pero lo más tremendo, lo que realmente nos debería hacer salir a la calle y despojar de sombreros y adornos a todos cuantos nos encontremos, es la verdad más absoluta que tenemos delante de nuestras propias narizotas.
Que este buen hombre, horas antes de morir, será capaz de dar gracias al Creador por todo lo que le ha sido dado en amores e intensas vivencias.
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Y que mientras nosotros disfrutemos de nuestros planes de pensiones perfectamente planificados, bien cuidados e ilustrados por una cultura occidental y cosmológica, este buen hombre mirará una simple flor y morirá en paz.
Porque ahí donde le ves, es más listo que las ardillas de la universidad de Oxford.
Y supo disfrutar de los dones divinos.