miércoles, 18 de marzo de 2015

UN FINAL.

Tenía muchos años, y vivía en Sequib, una aldea  en la Guatemala Quetzí.





A Sequib   se llegaba por una senda sinuosa y muy empinada después de dos horas de ascensión. 

Acababa de ver , y escuchar,  con una emoción recogida, la última paletada de tierra sobre su mujer.

Sus hijos no habían podido asistir al entierro.

Todos eran tan pobres que un quetzal les hacía ricos. Se habían ido muy lejos buscando una esclavitud que les hiciera parecer un poco libres. Libres como un taxi "libre".

Contemplando la  humilde tumba de su mujer, recordó lo que recuerdan los que no saben leer : los días en que recogían las lechugas cuando tienen un hilo tenue de frescura de escarcha; la carne de res a la brasa ,  sanguinolenta y azul; el pollo criollo que ella le preparaba , ¡qué sabor  le daba al paladar!.

Recordaba esos  cielos , altos , de nubes panzudas, blanquísimas , que  se esfuman a todas horas. Aquel sol  la tarde que se conocieron ,  tibio,  y el vientecillo  que trajo  un ramalazo de hinojo, de romero. 

En las acequias hay un  hilillo de agua, brotan flores silvestres  de los márgenes, se afinan los verdes de las lindes de la selva.  

Vio los almendros  de color de rosa. Los manzanos tenían  una pelusilla de carmín, tornasolada. Regresaba a casa y  los detalles de las hierbas se dibujan con una ternura perfilada y daba gusto abandonarse, con la contera de su  bastón, al sueño de reseguir la caligrafía de las plantas. 

La selva, lejana, verde, indiferente,  poblada de formas vagas, va pasando. 

Todo estos recuerdos ,  y este paisaje,  le consolaba  infinitamente más  que asistir a las representaciones de este mundo, a la  estúpida demencia ornitológica,  ridícula  y ladina, del material humano que  da  comienzo allá abajo,  en Tamahu ,  hasta los confines de ciudades  muy lejanas, pobladas por millones de anónimos que no andan gibosos . 

A partir de ahora viviría en  esta insoportable soledad en que le habían dejado.

Al cerrar la puerta de su chabola , en ese instante mismo, supo  que era un fantasma, porque la muerte sólo existe en la mirada del otro.

Y a él, nadie le vería morir.

2 comentarios:

  1. A él nadie le vería morir, pues está escrito que fallecerá igual que todos, en la más absoluta de las soledades.
    Eso por una parte.
    ...
    Pero por la otra parte, nadie le verá vivir.
    Sus caminatas por la selva, escuchando la serena canción que la naturaleza le canturreará de forma periódica.
    Nadie observará su franca alegría, cuando la lluvia done de forma desinteresada su tesoro en la huerta que cuida con esmero.
    Una vez que muera, la persona que se apropie de su chabola, no recogerá ni libros ni diarios, pues no sabe leer ni escribir. Pero tampoco recogerá lo que el hombre aprendió, pues con él se lo ha llevado en forma de bagaje personal.
    ...
    Pero lo más tremendo, lo que realmente nos debería hacer salir a la calle y despojar de sombreros y adornos a todos cuantos nos encontremos, es la verdad más absoluta que tenemos delante de nuestras propias narizotas.
    Que este buen hombre, horas antes de morir, será capaz de dar gracias al Creador por todo lo que le ha sido dado en amores e intensas vivencias.
    ...
    Y que mientras nosotros disfrutemos de nuestros planes de pensiones perfectamente planificados, bien cuidados e ilustrados por una cultura occidental y cosmológica, este buen hombre mirará una simple flor y morirá en paz.

    Porque ahí donde le ves, es más listo que las ardillas de la universidad de Oxford.

    Y supo disfrutar de los dones divinos.

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