Los bienes más sencillos y humildes, los que se ganan de un trabajo unido a la pobreza, que sostiene una vida sin hincharla, llevan consigo algo virginal y sagrado.
Estoy pensando en esa gente que vive del campo, o de trabajos que lo que tienen nacen de lo que son. No son especuladores, sino que entre su vida y su trabajo hay un puente muy pequeño: enfermeros, profesores...
No sé si me explico: un tener que brota directamente del ser, que conserva su misterio y su intimidad.
A medida que la riqueza aumenta, disminuye el vínculo entre tener y ser: el trabajo del humilde hace brotar una fuente, la fortuna del rico es una cisterna.
Para muchos ricos el dinero es sólo un talismán anónimo que lo consigue todo hiriendo de muerte lo que toca. Y aunque puede reunir en un sólo ramo todas las flores del mundo, es incapaz de hacer brotar las más humilde margarita.
Vaciará todas las floristerías, pero nunca conocerá la alegría del jardinero.
Los dones de la fortuna hinchan el yo del rico, los de la pobreza alimentan el alma.
El "¡ay de los ricos!" no es una condena contra los especuladores y su estúpida vanidad sacrílega sobre las cosas, sino un grito de piedad por aquellos que nunca conocerán su verdadero sabor.
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EN LO SECRETO
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EN LO SECRETO
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