La infancia es vivir un mundo mágico donde uno es capaz de creer lo imposible. Después, cada uno cruza la frontera de la madurez y se zambulle en lo que llamamos "baño de realidad".
¡Ay, años de chiquillería!. A chavales de ocho años les contaba que mi familia era muy pobre y que pasábamos hambre.
- Mi madre era muy guapa- les decía - y me llevaba con ella al río Ebro a pescar barbos para poder comer. Era tan guapa, que los peces sacaban la cabecita del agua para verla. Y ella me decía: "coge ese...o ese de allá". Y así llevábamos comida a casa.
Las caras de los críos eran maravillosas. Señalaba a uno con los ojos encendidos por la estrafalaria historia:
- Supongo que te pasará lo mismo...
- No sé- contestaba la criatura- no vamos mucho al río con mi madre.
El paso de la infancia a la adolescencia se estrecha hasta convertirse en una vía de sentido único. Frases como “qué le vas a hacer” o “la vida es así” certifican el fin de las ilusiones para pasar a un mundo de certezas totalmente previsible. Se acabaron los Reyes Magos, el hablar solo con los play móbil, equivocarte y llamar "mamá" al profe , o jugar con las muñecas.
Leí el caso Lou Holtz, quien a mediados de la década de los sesenta se encontró en una situación crítica. Tenía 28 años, acababa de perder su empleo, no tenía un céntimo y su mujer estaba embarazada de ocho meses.
En lugar de venirse abajo y lamentar su mala suerte, el tío se sentó a la mesa del comedor para redactar una lista con las cosas que quería obtener en su vida. Ni corto ni perezoso, anotó 107 metas tan ambiciosas como cenar en la Casa Blanca, conocer al Papa, ser el entrenador de su equipo favorito de fútbol americano, aparecer en el magacín televisivo The tonight show...
Tras completar una lista que parecía un catálogo de gilipolleces escritas por un gilipollas , Lou Holtz se propuso lo siguiente: “Una vez has escrito todo lo que quieres conseguir en la vida, asegúrate de que cada día haces algo concreto para cumplir al menos uno de esos sueños”.
Para asombro de su peña llegó a cumplir muchos de sus propósitos.
Algo así sucede con las grandes metas que tenemos de niños y que de adultos nos parecen ingenuas. Son de tal envergadura, que les asignamos la etiqueta de “imposibles”. Sin embargo, alguien como yo tuvo una canción varias semanas en los cuarenta principales, o cantó en un escenario delante de Juan Pablo II con un millón de espectadores aplaudiendo. O estuvo en el Patio de las Toronjas haciendo el idiota con Jordi Pujol, la Ferrusola, Roca Junjent...y no sigo...
¡Hasta enamoré y me casé con una rubia maravillosa, de una belleza que hasta los perros y los gatos se daban la vuelta para verla!
¿Por qué?: lo soñé despierto. Y nunca dejé de hacerlo.
Todo sueño que tengas terminarás por conseguirlo, a condición de que no cejes y lo mantengas. El solo hecho de anotar un propósito en un papel o en un archivo de Word hace que nuestro inconsciente sepa en todo momento que el objetivo sigue ahí.
La mejor manera de hacer realidad tus sueños es despertar. Un día despiertas, miras hacia atrás y dices "¡anda!: esto lo he soñado!".
Hace muchos años leí : "¡soñad, y os quedaréis cortos!".
¡Sueña, niñ@!: y te quedarás cort@.
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