Caminando por sant Cugat es frecuente encontrarte con pijos que son paseados por perros de toda clase de razas y pedigrí . Aquí se valora mucho el estatus según el perro.
Puedes cruzarte con un tío de un metro noventa que lleva en brazos un caniche , mientras le acaricia el cogote. O un Dogo de Burdeos,que es como un caballo. A veces desde una verja me ladra un dálmata. Su dueña, que está jamona, da un poco de cosa cuando la ves recogiendo los excrementos sólidos compactos del chucho.
En esta ciudad es un clásico el enfrentamiento perruno a ladridos entre dos perros que se cruzan en la calle. No entiendo lo que se dicen en ese idioma de ladridos feroces, pero intuyo que será "¡eres un hijo de puta"..."¡y tú una creída, guarra!"
Hay una señora que lleva atados a la correa cuatro perrazos. Le acompaña un hijo mayor con síndrome de Down. Son los dueños de la calle. Y el guirigay que se arma cuando se cruzan con otros animales es espantoso.
No me gustan los perros, y a veces los pateo en el trasero sin que sus dueños lo adviertan. No me mola contemplar tantos colmillos dispuestos a devorarme, analizar los diferentes grados de su rencor hacia mí. Soy de los que se levanta de la cama con la falsa euforia del que cree tener derecho a ser feliz.
Esta fea costumbre de patear perros la aprendí de un sacerdote que les tenía fobia. Como llevaba sotana,se cuidaba mucho de montar un escándalo,pero sufría auténtico terror si un can se le acercaba. Pero si comprobaba que no era observado por el dueño, o la dueña, le pegaba un punterón en el culo al chucho que lo enviaba correa alante , mientras el aullido se oía quejoso y agudo.
Para iniciar la jornada nada mejor que le ladren a uno los perros de los ricos. Si puedes, le das un buen meneo. A partir de ahí, todo lo que pueda suceder durante el día siempre será maravilloso.
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