Un hombre que tenía dos hijos –uno muy optimista y el otro muy pesimista.
Por su 18º cumpleaños decidió regalarles un obsequio que compensara el carácter de cada uno: algo fabuloso para el pesimista y algo horrible para el optimista. Quizás se equilibrarían los estados de ánimo, pensó.
Llegó el día, el padre hizo salir a los chicos a ver los dos regalos que estaban tapados en la calle con unas sábanas. El pesimista descubrió una potente moto japonesa y empezó a gritar y llorar a su padre: “¡Tú lo que quieres es que me mate!”.
El optimista destapó y encontró una enorme mierda y empezó a bailar, loco de alegría. “¿Qué celebras, idiota?”, le preguntó su hermano, a lo que el optimista contestó: “Si aquí hay este excremento es que enseguida viene mi caballo”.
Somos como somos de cuna.
Y una lección que sabemos los que no nos ha ido muy bien la vida: yo y sólo yo soy el causante de mi propio sufrimiento. Y otra , muy importante: la mayor parte de desastres que tememos nunca llegan a suceder.
No hay comentarios:
Publicar un comentario