miércoles, 25 de octubre de 2017

EL VIAJE A NINGUNA PARTE.

Me gusta  viajar  hacia  ninguna parte.

Este  julio  y agosto  eché a andar desde  Igualada  hasta  Santiago , pasando  por Matilla  de  Arzón.  De  vez  en cuando, iba  a una estación de autobuses  y acortaba  el itinerario. Andar, visitar, perderme. 

También  me chiflan las  estaciones  de  tren . De bien  pequeño disfrutaba viendo esas  películas  donde  salían  trenes  de  mercancías , como en Doctor  Zivago, o en las películas del Oeste .

Se detenía en una estación de madera, en medio de un paraje desolado. Por un lado de la pantalla aparece un hombre  anónimo , caminando con botas embarradas. Nadie sabe de donde viene. Descorre la puerta de uno de los vagones de ganado, echa dentro el fardo que lleva al hombro, se encarama de una zancada y sin billete ni salvoconducto parte en el convoy hacia un destino que desconoce.

Yo  veía  de  crío esas  escenas  y  soñaba con  ser  así, estar  de polizón  en un tren hacia  ninguna  parte.

Eso  es lo que  hice este  verano, y así  seguiré, ahora  que  puedo.

Ese tren de  mi vida  está todavía dispuesto a cargar hoy a un Suso capaz de meter el  poco  o  mucho  futuro  que  me  quede  en la mochila y de tomar, sin preguntas, la vida como viene. Me gustan  aquellos  autobuses  de líneas  rurales  desgarrando   con su  bocina  dolorida  las noches de verano. Era una llamada desde la lejanía, que te invitaba a soñar con viajar a  cualquier ciudad propicia para huir hacia la libertad.

Aquel expreso de medianoche sigue pasando junto a los muros de la cárcel que cada uno se ha fabricado y permite a cualquiera   fugarse hacia un sueño.

También me gusta  esperar el tren en un alto de vías  cuando cruza  la oscuridad con las ventanillas iluminadas. Y  apenas  ves  desde el paso a nivel  la silueta de los  pasajeros ,

Viajo  con  frecuencia en el AVE a  primerísima  hora de  la madrugada . Allí  es  frecuente  encontrarte  con mujeres  solitarias  con caras  agotadas que  parecen maldecir  su  destino. Algunas  tienen  la  belleza  de  las  ayudantes del mago  en el circo. Esas  que , hecho  el truco, se adelantan a señalar al  señor de  la  capa y el  sombrero de copa, adelantando la garrica  y sonriendo  sensuales. Una  sonrisa  muy  triste. Me  pregunto  para  qué  mago  trabajarán.

Pero  también esa mujer puede  ser  la pasión que puede llegarle a cualquiera inesperadamente desde el fondo de la  madrugada con la única condición de desearla y merecerla.

Cada uno de aquellos trenes es hoy una metáfora de salvación ante el horizonte cerrado. Por  eso  voy de  aquí  para  allá , hacia  ninguna  parte, hasta  llegar a  Stazione Termini.


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