Voy a visitar a a mi madre una vez al mes. En realidad, voy a verla y charlar.
Después paseo esa Zaragoza que conozco tan bien , porque allí fue mi infancia y rompí al amor en primavera. Cuando los cielos rojos y los pájaros de plata. Sobreviví al adiós como las olas saben, con ese morir y renacer de espuma, con esa dentellada a la arena.
Paseo esa ciudad y mi corazón es como un descampado: puedes encontrar en él cosas desconcertantes. Todos son recuerdos . Una ciudad donde solo sé compartir historias muy golfas, muy gansas, muy gamberras, muy divertidas. Todo lo que vi en la películas , lo hice. O casi todo.
Camino ligero y me reconozco en esas calles y en su gente. Para mi esa ciudad es amor. Es maravilloso el amor por impredecible y rotundo. Porque esos amores se hicieron añicos. Como una bola de derribo asomando su negra mejilla en el salón de tu memoria. Y, entonces, ¡todo a tomar pol culo!
Decía mi padre que un cazador es alguien que escucha, lo mismo que sus víctimas. Soy mi propias bestia bebiendo agua en un charco. Un chapoteo de lenguas. El tiempo apuntando a mi lomo de color óxido.
He perdido la fe adulta , pero he ganado cierto júbilo de la de niño. Por eso voy al Pilar.
Hace unos días, en una iglesia cercana a la Basílica , vi barriendo confeti de una boda a un tipo. Pensé " ¡joder, me he pasado barriendo el confeti de fiestas ajenas toda mi vida!".
Puedo recorrer Zaragoza de punta a punta con los ojos cerrados o saltando como una ardilla de recuerdo en recuerdo. Tengo esta ciudad aferrada a la piel como el azúcar de las nubes de algodón de en los dedos de mi infancia .
Tan pringosa y dulce.
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