Algunos psiquiatras dicen que las separaciones matrimoniales, cuando uno de los cónyuges tiene una enfermedad psíquica, son poco frecuentes en números relativos.
Parece muy extraño, pero hay una explicación. Se puede entender si se tiene en cuenta la sutil distinción que un filósofo de la Universidad Complutense de Madrid, el profesor Millán – Puelles, establece entre “estar loco” y ser un “ hijo de puta”...
Se trata de una distinción del tipo que los filósofos llaman “real” o bien de razón pero con “fundamento in re”.
Cuando un sujeto coge un pedrusco y empieza a machacarse a sí mismo sus propios testículos, o genitales, se puede pensar que está loco. Sin embargo, o sin encambio, cuando lo que hace es machacárselos a los demás, no es que esté loco, es que “es un hijo de puta”.
Un hombre puede convivir con una mujer que esté obsesionada con la limpieza o la seguridad. Puede soportar que le haga colocar los cubiertos, los platos y todo lo demás en la mesa porque ella no tiene las manos suficientemente limpias. Puede soportar que le despierte varias veces a lo largo de la noche para que vaya a cerrar la puerta porque está segurísima de que ha quedado abierta. Puede soportar que le dé un ataque de llanto cada vez que le cae una mancha en la camisa.
Puede soportar todo eso y mucho más, porque sabe que no lo hace para molestarle, sino porque no puede remediarlo. Cuando su comportamiento le parece suficientemente extraño, la lleva a la consulta del médico, y cuando confirma que está loca, que va pasada de frenada, que la azotea tiene grietas, se prepara lo mejor que puede para poner y recoger la mesa el resto de sus días, cerrar la puerta y sentarse a comer con unos baberos especiales.
Sabe que esa persona sigue siendo la misma que le quería antes y a la que él sigue queriendo ahora.
Lo mismo se puede argumentar de la mujer que observa que su marido está como una regadera.
Cuando el caso es el inverso, y él está absolutamente convencido de que ha estallado la tercera guerra mundial, ella se acomoda a apagar las luces y a meterse debajo de la cama con su marido cada vez que suenan las sirenas que anuncian los bombardeaos, va seis veces al día a la oficina de Correos a entregar el parte de guerra al Alto estado Mayor, incluso retira el saludo al portero y a los vecinos porque son espías del enemigo.
Y cuando su comportamiento le parece suficientemente extraño, no le resulta tan fácil llevarle al médico, porque él no está loco de ninguna manera. Más bien es que ella es una ingenua, que lo ignora todo de la vida…y ya no digamos de la guerra.
Ella puede ir a la consulta y hablar con el médico , si éste resulta que es un enlace del Alto Estado Mayor, y puede obtener recetas y medicamentos si son partes de los mensajes cifrados del Almirante en Jefe de la Sexta Flota.
Ella puede soportar eso, consolarse con las amigas y los parientes, pedirle a Dios la curación de su marido, y seguir adelante. Sabe que ese es el hombre que la quiere y al que ella se ha unido y que, tal y como está ahora, no se le puede abandonar ahora como un pañuelo viejo de ninguna manera.
Ese mismo argumento se puede aplicar para ciertas fidelidades ideológicas . Se puede soportar todas las contradicciones de un partido , de una iglesia , y de sus criterios, se puede mirar hacia otro lado sin sentir remordimiento alguno porque, en el fondo, “no son mala gente”. Y la institución puede soportar toda una tropa de durmientes porque en el fondo “no son unos hijosdeputa”. Tampoco es que estén locos, o sí, no se trata de eso, es que “esto es lo que hay”.
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