sábado, 29 de enero de 2022

FINAL DE ENERO.

Despierto todos los días a las ocho de la mañana con el tañido de la campana de la iglesia de Teaño. Es un lujo escuchar el bronce y abrir el párpado tembloroso. Arañazos de luz. La esquila de las vacas. Las ocas que da de comer la Socorro, la vecina.


Después de desayunar voy al gimnasio. Por el camino de bajada,  desde el aparcamiento, me sacude el estruendo de las persianas. Ya estoy en Caldas de Reis, una ciudad, pequeña, pero ciudad. El burbujeo de las cafeterías. Pájaros muy ruidosos en el coro del amanecer, a la orilla del río Umia.  Algunas furgonetas preñadas de sacos y herramientas. Municipales en los pasos de peatones ordenando el tráfico mientras madres, padres, niños, van al colegio.


La suave disciplina de la prole. Sus  andares mustios y sus ojeras me pesan a mí en las mejillas. Lo andares de los niños aún son torpes, aprietan sus manos contra las de sus madres. Se despiden con besos.


Ellos no lo saben, pero la vida será parecida a este ritual mundano: unos irán felices, otros desganados, aquellos , bien desayunados,  otros sin fuerzas, quien  ilusionado tímidamente por lo que le espera al otro lado de la puerta. 


Y  los que parece que van con una bola en el tobillo a la escuela. 


Estuve en muchos colegios y siempre es del mismo modo. Una canción  estribillos cansinos, como el elefante que se balanceaba . Un paisaje repetido como el final de una película de Charlot .


Recuerdo , no te acostumbras a ver eso, el chispazo de inteligencia, y de alegría ,  que sucede cuando un niñ@ entiende algo y exclama " ¡hala, sí!". 


Las madres latinas , hay muchas en este colegio,  se despiden  sepultando con ternura a sus criaturas. Son abrazos infinitos, como para siempre.


Los de aquí somos más secos.


Yendo al gimnasio me cruzo con otros padres. Algunos arrastran a sus hijos, otros miran el reloj, casi todos llevan el móvil en la mano. Calcetines a media asta.  Rizos domesticados apenas por la colonia. Me conmueve esta película  que me recuerda a mi cuando pequeño. 


Dentro de todos nosotros , la vida. Voraz  . 


Mañana  comprarán un coche nuevo , e enamorarán,  tendrán hijos, se divorciarán, harán deporte, se les hundirá el negocio , seguirán un equipo deportivo. Simplemente, lo mismo que esta mañana, todo será   movimiento. La vida es   un perro escarba. Ante la inmensidad del páramo, removemos la tierra para seguir el rastro de los olores nuevos.


Si uno de esos niños me preguntase quién soy, por qué voy al gimnasio, le diría que soy mi propio rey desnudo. Camino creyendo que ando garboso,  pero me cuelgan todas las vergüenzas. 


A veces pienso que me muevo para llenar el tiempo vacío, que me aterra.  Confundo las bienvenidas con los adioses. Confundo el mar con el cielo. 


Crecerán los hijos que no tengo, morirán sus padres, pero este final de enero  siempre quedará ahí, como la madriguera por la que se introdujo Alicia «sin pararse a considerar cómo se las arreglaría después para salir». 


Todos, como ella, cayendo mansamente hacia rincones insólitos, hacia nuevos amores, y terribles historias. 




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