domingo, 9 de enero de 2022

EL RECUERDO DE UNOS BESOS.

La memoria calienta a veces,   desprende ese  calor de entonces , igual que  entras en casa y  su atmósfera  al entrar  te empaña las gafas.


Hace unos años, en Sant Cugat, me encontré con un antiguo, tormentoso,  y maravilloso amor de juventud. Fue un desastre de relación. Casi mis primeros besos. Me lo explicaba riendo : «Es que eras un terremoto. No parabas quieto. Todo besos. Todo saliva ...¡qué ansias!». Nos reímos. «Te tenía que coger las manos y ponerlas quietecitas Era un no parar».


Había sido divertido encontrarnos así, un poco de casualidad, heridos por el tiempo, como en un  escenario de serie de los años setenta. Los dos estábamos más viejos, los dos estábamos más descreídos, los dos  sin pareja, pero  ninguno de los dos tuvo el más mínimo interés en retomar aquella historia y aquel "estate quietecito ya". 


- ¿Sabes, echo de menos haber pasado al menos un rato más en el corazón encebollado de tipos como tú, inexpertos, novatos,  en cuyo pecho hacía el mismo calor que en la cabina de una sauna.


Ahí estaba ella, madura , divertida en su recuerdo. Para ella siempre fui un chaval, casi un crío. Se lo confesé. «Es verdad», dijo. «Pero me gustabas mucho», añadió. "Estabas muy por cocer". « Tú también me gustabas a mí», me obligué a decir.


Pero la verdad es que apenas recuerdo aquel amor. Si acaso como un examen de conciencia doloroso,. Quizá ella tampoco recuerde nada. ¿Qué va a recordar cuando eres otra vagón en vía muerta , de tantos viajes que habrá hecho?


Son cosas que se dicen. Para algo deben servir las bocas cuando no están liadas en saliva  . Tenía veintipico años y yo daba besos que parecían esponjitas arrojadas a un barreño. 


Recordar es abrir un álbum de fotografías  y pasar el dedo por encima de sus instantáneas . Una coreografía de yemas. Llevando ramos de suspiros  a frágiles tumbas de fotos que parecen convocadas por una guija anónima. 


Qué vida esta, cómo nos pasa por encima dejando su marca.


La vida como la conga en una boda, que no sabes dónde va, ni quién la dirige. Me agarro fuerte a un  desconocido que va delante. La conga que, aun yendo juntos, cada uno tiene su ritmo, hace sus gilipolleces, se siente único. 


Y de repente se larga el de delante y aparece una. Y  venga, a seguir. El amor es una suerte de bienvenida.


Se me olvidó decirle  que di mi primer beso con veintipico años  y moriré con aquella torpeza aún ganduleando  en mis labios.



No hay comentarios:

Publicar un comentario