lunes, 6 de junio de 2022

LA IRA.

Cuando  Conor O´Malle  decide dejar de ser invisible en la película "Un monstruo viene a verme"   toma  la venganza como  arma, y  hace lo que le pide el cuerpo. Después se  da cuenta que no compensa ser visible.  La violencia  no conducen a nada. Y luego nos arrepentimos. 


Vivimos en la inmediatez, y eso se traduce también en nuestras reacciones. Del mismo modo que cuando recibimos un correo electrónico o un SMS nos sentimos empujados a contestar sin demora, también cuando experimentamos una emoción tendemos a darle salida inmediatamente. Cada día asistimos a escenas de pasajeros en la entrada  del metro que saltan por  no saber dejar salir antes de entrar. O conductores que pierden los estribos y claxonean  al viento imperio. Parejas que se comunican a gritos . Jefes que se dirigen a sus empleados en un tono de voz hiriente. Uno de los problemas de las expresiones de furia son los daños que luego hay que subsanar. En unos segundos desafortunados se puede destruir una confianza que ha necesitado años para edificarse.

Hay quien vive instalado   en la furia.  La ira no nos permite saber lo que hacemos, y todavía menos lo que decimos. Y  dicen los que saben  que  cuando nos enfadamos de forma desproporcionada con alguien, es posible que estemos enfadados con nosotros mismos.

Gran parte de los conflictos  que nos planteamos se podrían evitar sólo con retrasar la respuesta 24 horas. Cuando estamos en caliente, nos parece muy clara cuál debe ser nuestra reacción, y si no obedecemos a ese impulso nos parece que estamos perdiendo algún tren. Y no es un tren lo que perdemos, es  un choque de trenes.

La Biblia enseña a amar a nuestros enemigos como si fueran amigos, y  posiblemente  es así porque son los mismos.

Al final resulta  que es  nuestro enemigo  el mejor maestro. No hay defectos que molesten más que los que uno mismo también posee, por lo que hay que considerar a la persona que nos saca de quicio como un espejo. 

Conviví con uno que se consideraba a sí mismo humilde, pequeño, sencillo. Sin embargo, anidaba en su interior  el orgullo herido por una infancia desgraciada. Si observabas  cómo se trataba a sí mismo  encontrabas  las claves de su conducta. Nuestra relación con los demás es un espejo de la que tenemos con nosotros mismos.  Ese      hombre soportaba mal la convivencia. Los celos le carcomían.Y tenía una capacidad  inmensa de no manifestar sus sentimientos más  profundos

Tenía una   bestia  enjaulada , pero nunca la liberaba. Le ponía un caperuzo al halcón y te mandaba a  freír espárragos sin darte ninguna explicación.

Nunca le vi gritar, ni enfadarse, pero porque su orgullo se lo impedía.

Un día  explotó. Y en lugar de enfadarse, o gritar, le dio por llorar  desconsolado.

2 comentarios:

  1. Este artículo de hoy es fiel reflejo de mi vida. Ahora ya tengo muchos años y llevo mi cruz. La cruz de la ira juvenil, la cruz de palabras muy hirientes, que iban a hacer cuanto más daño mejor, pero yo era joven y tenía que decir la última palabra, la que destrozaba a las personas porque yo sabía que ahí, precisamente ahí, te iba a machacar y a ganar.
    Ahora peino canas, muchas. Nadie sabe el dolor inmenso que llevo dentro por haber hecho tanto daño. Me imagino que Dios me ha perdonado ¡cuantas confesiones! Pero lo malo es que yo no me perdono, y con ello vivo. Ahora intento sofocar la ira y nunca, nunca, herir a nadie... Espero conseguirlo hasta la muerte

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  2. Hay que saber perdonarse, cosa que yo tampoco consigo.

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