Cuando Conor O´Malle decide dejar de ser invisible en la película "Un monstruo viene a verme" toma la venganza como arma, y hace lo que le pide el cuerpo. Después se da cuenta que no compensa ser visible. La violencia no conducen a nada. Y luego nos arrepentimos.
Vivimos en la inmediatez, y eso se traduce también en nuestras reacciones. Del mismo modo que cuando recibimos un correo electrónico o un SMS nos sentimos empujados a contestar sin demora, también cuando experimentamos una emoción tendemos a darle salida inmediatamente. Cada día asistimos a escenas de pasajeros en la entrada del metro que saltan por no saber dejar salir antes de entrar. O conductores que pierden los estribos y claxonean al viento imperio. Parejas que se comunican a gritos . Jefes que se dirigen a sus empleados en un tono de voz hiriente. Uno de los problemas de las expresiones de furia son los daños que luego hay que subsanar. En unos segundos desafortunados se puede destruir una confianza que ha necesitado años para edificarse.
Hay quien vive instalado en la furia. La ira no nos permite saber lo que hacemos, y todavía menos lo que decimos. Y dicen los que saben que cuando nos enfadamos de forma desproporcionada con alguien, es posible que estemos enfadados con nosotros mismos.
Gran parte de los conflictos que nos planteamos se podrían evitar sólo con retrasar la respuesta 24 horas. Cuando estamos en caliente, nos parece muy clara cuál debe ser nuestra reacción, y si no obedecemos a ese impulso nos parece que estamos perdiendo algún tren. Y no es un tren lo que perdemos, es un choque de trenes.
La Biblia enseña a amar a nuestros enemigos como si fueran amigos, y posiblemente es así porque son los mismos.
Al final resulta que es nuestro enemigo el mejor maestro. No hay defectos que molesten más que los que uno mismo también posee, por lo que hay que considerar a la persona que nos saca de quicio como un espejo.
Conviví con uno que se consideraba a sí mismo humilde, pequeño, sencillo. Sin embargo, anidaba en su interior el orgullo herido por una infancia desgraciada. Si observabas cómo se trataba a sí mismo encontrabas las claves de su conducta. Nuestra relación con los demás es un espejo de la que tenemos con nosotros mismos. Ese hombre soportaba mal la convivencia. Los celos le carcomían.Y tenía una capacidad inmensa de no manifestar sus sentimientos más profundos
Tenía una bestia enjaulada , pero nunca la liberaba. Le ponía un caperuzo al halcón y te mandaba a freír espárragos sin darte ninguna explicación.
Nunca le vi gritar, ni enfadarse, pero porque su orgullo se lo impedía.
Un día explotó. Y en lugar de enfadarse, o gritar, le dio por llorar desconsolado.
Este artículo de hoy es fiel reflejo de mi vida. Ahora ya tengo muchos años y llevo mi cruz. La cruz de la ira juvenil, la cruz de palabras muy hirientes, que iban a hacer cuanto más daño mejor, pero yo era joven y tenía que decir la última palabra, la que destrozaba a las personas porque yo sabía que ahí, precisamente ahí, te iba a machacar y a ganar.
ResponderEliminarAhora peino canas, muchas. Nadie sabe el dolor inmenso que llevo dentro por haber hecho tanto daño. Me imagino que Dios me ha perdonado ¡cuantas confesiones! Pero lo malo es que yo no me perdono, y con ello vivo. Ahora intento sofocar la ira y nunca, nunca, herir a nadie... Espero conseguirlo hasta la muerte
Hay que saber perdonarse, cosa que yo tampoco consigo.
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