Dejé de fumar en Guatemala, recién llegado a Tamahú.
Tenía cincuenta y nueve años. Fumaba desde los ocho. A esas alturas de la vida me metía entre pecho y espalda dos paquetes de Ducados.
Subiendo a una aldea, ya atardecía, con una lluvia torrencial que creaba torrenteras de barro y agua bravas, no podía con mi alma. Estaba asfixiado. Allí el concepto de zigzaguear los caminos no existe. Todo se encara selva arriba. Daba un paso y retrocedía dos.
Hubo un momento que resbalé y no pude más. Me rendí.
- Aquí me quedo, hermana- le dije a una monja nativa que venía conmigo.
La religiosa bajó hasta mi , me agarró de la mano, y tirando de mi dijo " ¡ vamos, arriba!".
Ella tendría setenta años. Y me dije " hasta aquí he llegado. Una monja no puede conmigo". Y fue allí donde decidí dejar de fumar.
Ya en la habitación, en casa, dejé el paquete de tabaco encima de la mesa ( allí se quedó cuando regresé seis meses después a España).
No tuve ningún tipo de problema. Supongo era adicto - de hecho soy un hombre bastante compulsivo- , pero nada sucedió.
Ningún deseo o necesidad de consumir tabaco, ninguna ansiedad , nada de síndrome de abstinencia, ningún problema con fumadores a mi alrededor...
Estoy convencido de que aquello fue un milagro...pero, ¿ quién medió?
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