miércoles, 15 de junio de 2022

LUISA DE SAN JUAN (I)

Ya conté como en Barcelona dediqué varios años a visitar gente mayor que vivía en condiciones de pobreza y soledad. Las direcciones nos las facilitaba el párroco de nuestra señora de Belén, yel de la basílica de la Merced.


Una de las señoras que visitábamos se llamaba Luisa de San Juan. Su historia da para escribir una buena novela, tenía algo de Dostoweski, de Dickens, de Galdós, o de Balzac. Vivía sola, paralítica  en la cama por una enfermedad degenerativa, en una casa destartalada, un segundo piso sin ascensor en la calle Peu de la Creu,9.


Escribí que vivía sola...en realidad, compartía piso con un anciano homosexual que paraba poco en casa. Era un hombre longuilíneo  y sonrosado por el alcohol, sencillo y bondadoso, que inspiraba una profunda compasión, más por lo que intuías de él que por otra cosa, pues apenas le veíamos en las visitas.

Vivían los dos en la miseria, sin embargo, Luisa era una señora de los pies a la cabeza. Encantadora, algo coqueta, educada, y con un don para contar historias que encandilaba.

¡Podría contar tantas cosas de esa mujer!

Estaba paralítica desde hace años. Cuando le diagnosticaron que terminaría paralítica decidió ir a diario andando desde su casa hasta la catedral de Barcelona a pedir su curación al Cristo de Lepanto. Allí encendía un cirio y rezaba su sanación. Luisa tenía miedo a quedarse sola, pues regentaba una casa de huéspedes e intuía que nadie querría vivir con ella en esas condiciones. 

El último día llegó muy mal hasta su Cristo. Al salir decidió terminar con su vida y se  echó delante de un autobús. Frenó a tiempo y sólo recibió una bronca descomunal del conductor y  pasajeros.

Una tarde le llevé un detalle de comida para pasar las navidades. Y ella, postrada en una cama vieja, con las paredes desconchadas de su habitación, y sin un mal beso que llevarse a la cara, sonriendo, me dijo:

Oh, muchísimas gracias, pero en este momento estoy bien. ¿Por qué no le llevas eso a alguien que realmente lo necesite?

Después, en el correr de los años, he visto gente muy pudiente que se muere  y se cabrea en Navidad por una mierda de cestita, por si le dan o no le dan un obsequio.

El mundo era maravilloso para esa mujer, y no se hacía preguntas sobre por qué su vida fue como fue. Entre esa cama que le tenía atada a unos pocos metros  y escuchar " Tatuaje" en la radio había un desierto infranqueable que no conseguía tapar la belleza y la pasión de su mundo.

Sin embargo, no era de esto de lo que pensaba escribir la entrada. Luisa contaba historias maravillosas y una de ellas me impactó muchísimo...

Pero eso mañana.




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