Este lunes pasado , como todos los lunes, fui de voluntario a la Cruz Roja. Allí llamo a personas mayores , hay unan agenda de cientos de ellas, que en su mayoría viven solas. Aprendo mucho. Intuyo que , quizás, un día me alcance esa soledad y tenga que recordar esos ejemplos de entereza y dignidad.
Esta vez era una mujer que había desarrollado un fatalismo interior maravilloso. Se llama Gloria. Se había acortezado en el dolor, y el tiempo le había formado unas capas que, como a algunos árboles sus anillos, le crearon formas muy curiosas. También, como a algunos árboles, se le veían las raíces de sus años de felicidad.
Su marido falleció por las picaduras de unas avispas, unas velutinas. Al parecer era alérgico.
Tiene cuatro hijos, dos viven lejos, con hijos y nietos. Otro en Santiago. Y un cuarto , soltero. Ella, con ochenta y ocho años, reside sola en un apartamento. Es pequeño: una sola habitación, y una cocina. Pero añora su aldea, que está muy cerca de la ciudad donde reside. Y cada día , después de comer, va en taxi a su pequeña aldea. Allí, me dice, cuida sus huerta, sus flores, mira el campanario de la iglesia desde su habitación, habla con las vecinas que la visitan. Es feliz.
Nació allí. Y allí se reconoce. Y allí quiere morir.
Me hace una consulta. Esta gente confía mucho en lo que le pueda aconsejar cualquier voluntario de Cruz Roja. Para muchos somos la única toma a tierra en su vida.
- Mire, mis hijos me están insistiendo en que ingrese en una residencia . Yo no quiero. Sólo quiero ir a mi casa en la aldea y estar allí. Pero ya se empiezan a enfadar conmigo, y no sé qué hacer, ¿usted que me aconseja?
Gloria está muy bien, razona, es válida, pero hay que tener mucho cuidado con los consejos pues no sabes sus circunstancias, y a lo peor te metes en un buen lío.
- No sé qué decirle. No la conozco bien y....
- Pero usted piensa que es normal que mi hijo, el soltero que vive solo, se enfade conmigo por no querer entrar en una residencia , y él se acaba de comprar un perro. ¿ Cómo puede ser que guarde cariño por un perro, y a mi, que soy su madre, me quiera enterrar en un asilo?
Le iba a contestar " señora, su hijo no es malo, sencillamente, lo dibujaron así, como a Pierre Nodoyuna".
Esta mujer vive un amor doméstico reglamentado en la costumbre, en sus horarios, sus manías, sus plantas, su campanario. Un amor que ya no puede erosionar ni el tiempo, ni los hijos, ni siquiera la desilusión. Un amor donde ya no hay posibilidad de incendios y, por tanto, de cenizas.
No hay marido que cuidar, sólo visitarlo al cementerio, ni hijos que esperar, nietos que poder decir " ¡ qué guapo eres!".
Esta señora, Gloria, es una profesional de lo suyo, que es vivir su vida. Merece vivir su vida como ella quiera. Y eso es lo que le aconsejé:
- Gloria, haga lo que le dé la gana, lo que le apetezca, y no se preocupe de lo que le diga sus hijos.
Y no sabéis cómo me agradeció el consejo.
Hermoso texto, la humanidad condensada en unas líneas.
ResponderEliminar"Añora su aldea" o cómo escribir un bello poema con sólo tres palabras.
ResponderEliminarYa te lo dijo San Juan Pablo II, eres bueno.
ResponderEliminarNo... sólo soy un pobre instrumento.
ResponderEliminarEn expresión de $JMEdB
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