sábado, 19 de agosto de 2017

COSAS MÍAS QUE BARRUNTO.

Es por la noche cuando acostumbro a hablarle, a ella y también a mi padre.

Cuando todo está oscuro , ellos brillan con una luz maravillosa.

Sé que están allí, atentos, con la oreja de guardia.

Saberlo me tranquiliza - cómo de niño me tranquilizaba dormir escuchando la voz de mis padres charlando en la cocina.

La santidad  no  tiene  nada  que ver  con lo  que imaginamos. Por  la calle  ves  una  madre llevando a sus  hijos a  la escuela  como la señora pata lleva sus  crías  al bebedero. Unos  gorriones cantan  al  aire  libre haciendo de sus trinos  una oración  que asciende  directa al cielo.

Unas  margaritas blancas  están abiertas a  la lluvia, a la sequía, o  a  que alguien las  arranque  y se  las  lleve  a la  mujer  que ama.

Eso  es  la santidad. O, mejor, también es santidad. Esa  impecable  manera de ser que  consiste  en  no hacer  nada, dejar hacer  a  eso  que  llamamos "gracia". Esa  es  la luz  a  la  que  me refiero  de mi padre y Manuela.

¿Pero  me entenderá alguien?

Camino  sumido  en  mis  cosas  y  aparecen esas margaritas de color blanco que  sube  a  las  hojas como el rojo a  las mejillas de  los tímidos. Son un canto de alabanza  al  amor de  Dios. Santidad, cosa fina.

La  vida  raramente  consigue  alcanzarnos . Es como una madre  que se arranca  el corazón para dárnoslo a  comer. Y  le  decimos  que no. No a esas  margaritas, a esos gorriones, a las aves, al viento,a  la luz. 

El paraíso  sería  vivir  todo este día  con una sola de estas  flores.


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