Lo aprendí de Manuela, de nuestra vida en Matilla de Arzón, ese pueblo donde no estará mi tumba. ¡Y bien que lo quisiera!
Cada vez que me voy allá me parece que se está en casa. Esos caminos, esas casas de adobe, esos campos de cereal, guardan la memoria de generaciones que han sabido quererse y respetarse a su manera.
En el pueblo no se le da mucha importancia a las cosas de la vida: si uno se va, ya volverá; si uno enferma, ya sanará ; ¿ que se muere?, pues se le entierra.
Después de todo, el pueblo permanece y algo queda de un@ agarrado a los cuetos, los chopos, aquel girasol, o los rastrojos.
En el pueblo, la carne de un@ se hace tierra, y si los trigos y las cebadas, las liebres y los pájaros medran y se reproducen es porque un@ les dio su sangre y su calor.
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Una oración por la buena gente de Barcelona. Por tod@s.
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