Este verano fui a Matilla con el propósito de visitar en el cementerio a alguien que he querido mucho. A Manuela. Sé que allí sólo hay despojos. No me engaño. La he sentido muy cerca cuando he estado lejos de ese camposanto.
Caminar a ese cementerio, a cualquiera, es una experiencia un tanto singular.
Paseas por una calle de casas de adobe y ladrillo, flanqueada por corrales, establos , cuadras. El recorrido es corto. Camino indolente en campo abierto , fuego en la tierra apelmazada hasta la puerta de hierro cerrada con un candado.
Abro y llego al pie de la lápida , que comparte con su padre. Es sencilla, tan sólo unas iniciales. Aquí termina mi peregrinación. Ya no puedo ir más allá. Y nadie me espera. Manuela no está allí. Tal vez en este momento se encuentre mucho más cerca de lo que presumo, pero debajo de esa losa no está.
Tengo la impresión de estar en el punto geográfico más alejado del mundo , en mi particular Finisterre.
Cuando era pequeño, en el colegio de los jesuitas , había una profesora que me gustaba mucho. Se llamaba Querubina. Me tenia loco. Yo tendría unos siete u ocho años. En el patio, jugando a fútbol , disfrutaba cogiendo la pelota, darle un patadón palante , y correr hasta donde estaba ella hablando y vigilando con otras profesoras.
Daba lo mismo lo lejos que estuviese. ¡Patadón hasta donde se encontrara, y allá que me iba!
Todos los compañeros de clase se enfadaban mucho conmigo, pues el campo de juego no era ese , y rebasaba con mucho la distancia acordada tácitamente. Pero a mi me daba igual. Sólo quería que ella viese lo bueno que era regateando.
Probablemente nunca se percatase de ese mocoso que culebreaba delante de ella , ansioso, feliz, enamorado.
Ante la tumba de Manuela no me queda otra que lanzar mi corazón patada arriba, como ese balón de mi infancia , y correr a buscarlo por el placer de que mi particular Querubina - Manuela me vea.
No conozco el terreno donde ha ido mi corazón dando botes cuando va a parar a una propiedad desconocida, más allá de ese sepulcro. Sé que no es una tontería lo que he hecho, al menos para mi.
Me he ido allí, más allá de estas tapias y de este mármol. Corrí donde está ella. Y me estuve zigzagueando , cabrioleando la pelota, como diciendo "¡mira, mira, qué bueno soy!". Y le pedí que no me dejase.
Existen mil formas de hablar a los muertos. Esta es la mía: hablar menos y escuchar más, y que Manuela me esté diciendo : "solo tienes una cosa que hacer: continúa viviendo, adelante, vive cada vez más, ante todo haz feliz a mucha gente, y no pierdas la risa".
Existen mil formas de hablar a los muertos. Esta es la mía: hablar menos y escuchar más, y que Manuela me esté diciendo : "solo tienes una cosa que hacer: continúa viviendo, adelante, vive cada vez más, ante todo haz feliz a mucha gente, y no pierdas la risa".
Después, regresé a casa con ese corazón lleno de gozo, cantando de alegría , tan feliz y tan campante.
Que emotivo, Suso. De alguna manera he seguido tu peregrinar de estos días hasta llegar a la tumba de nuestra querida, Manuela, en la distancia. Sabes que al quería mucho. Un abrazo emocionado, querido amigo.
ResponderEliminarOtro muy fuerte!
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminar¡Gracias, amigo!
Eliminar¡Gracias, amigo!
EliminarAbrazote !
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