lunes, 7 de agosto de 2017

UNA VISITA AL CEMENTERIO

Este  verano   fui   a  Matilla con el  propósito de visitar en el cementerio a  alguien que  he  querido mucho. A Manuela. Sé  que  allí sólo hay  despojos. No me engaño. La  he  sentido    muy cerca  cuando  he estado  lejos de ese camposanto.

Caminar  a ese  cementerio, a  cualquiera, es una experiencia  un tanto singular.

Paseas  por  una calle    de casas   de   adobe y ladrillo, flanqueada  por  corrales, establos , cuadras. El recorrido es  corto. Camino  indolente en   campo abierto  , fuego en la  tierra apelmazada hasta   la puerta  de  hierro  cerrada  con un candado.

Abro  y llego al  pie de la  lápida , que comparte con su padre. Es  sencilla, tan sólo unas  iniciales. Aquí termina  mi  peregrinación. Ya  no  puedo  ir  más allá. Y  nadie me espera. Manuela  no está allí. Tal  vez  en  este  momento se  encuentre mucho  más  cerca  de  lo que  presumo, pero debajo de esa losa  no está. 

Tengo  la  impresión de estar  en el  punto geográfico  más alejado del mundo , en  mi  particular Finisterre. 

Cuando  era  pequeño, en el colegio de  los jesuitas , había  una  profesora  que  me  gustaba mucho. Se  llamaba  Querubina. Me  tenia loco. Yo  tendría  unos siete u ocho años. En el patio, jugando a fútbol , disfrutaba cogiendo  la pelota, darle un patadón  palante , y  correr  hasta  donde estaba ella  hablando y vigilando  con otras  profesoras. 

Daba  lo mismo  lo lejos  que estuviese. ¡Patadón hasta  donde se encontrara, y allá  que me iba!

Todos  los  compañeros de clase  se  enfadaban  mucho  conmigo, pues el    campo de  juego no era ese , y rebasaba  con mucho  la  distancia  acordada tácitamente. Pero a  mi me  daba igual. Sólo quería que ella  viese  lo bueno que era  regateando. 

Probablemente  nunca  se percatase de ese  mocoso  que  culebreaba delante de ella , ansioso, feliz, enamorado.

Ante  la  tumba de  Manuela no  me  queda  otra que  lanzar  mi corazón  patada arriba, como  ese  balón de mi infancia , y  correr a  buscarlo  por el placer  de  que mi particular Querubina  - Manuela me  vea. 

No conozco  el  terreno donde  ha ido  mi corazón dando botes  cuando va a  parar a  una  propiedad  desconocida, más  allá de ese  sepulcro. Sé  que  no es una  tontería  lo que he hecho, al menos  para mi.

Me  he  ido allí, más allá  de estas tapias y de este mármol. Corrí donde  está ella. Y  me  estuve zigzagueando , cabrioleando la pelota, como diciendo "¡mira, mira, qué  bueno soy!".  Y  le pedí que no me dejase.


Existen mil formas de hablar a los muertos. Esta es  la  mía:  hablar menos y escuchar más, y que Manuela me esté diciendo :  "solo tienes una cosa que hacer: continúa viviendo, adelante, vive cada vez más, ante todo haz  feliz a  mucha  gente,   y no pierdas  la risa".  


Después, regresé a casa  con ese  corazón   lleno de gozo, cantando   de  alegría , tan feliz  y tan campante.

6 comentarios:

  1. Que emotivo, Suso. De alguna manera he seguido tu peregrinar de estos días hasta llegar a la tumba de nuestra querida, Manuela, en la distancia. Sabes que al quería mucho. Un abrazo emocionado, querido amigo.

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