Hay experiencias en la vida que, no sabes por qué, no olvidas nunca.
Regresando a Valladolid, cerca de Tordesillas, se cruzó por la autovía una mamá pata con sus cinco crías en fila india.
No podía hacer nada por esquivarlas. Esas décimas de segundo hasta que las atropello me provocan un vivo estremecimiento. Veo saltar por los aires plumas y cuerpos, y por el retrovisor, un amasijo de carne,
Aún recuerdo de vez en cuando , en forma de pesadilla, ese instante dramático.
Pienso que es porque queda delineado, diáfano, el perímetro de la existencia. Y porque su transposición resulta inminente e inevitable.
El momento es intenso, trágico, turbador.
De repente, alcanzo a comprender esa mezcla de horror y perplejidad del por qué no consigo desprenderme de esa imagen. .
Y es que esta noche , hoy, pensé que esa patita,tal vez, arrastró al suicidio a sus crías , desesperada al ver que no podía asumir su crianza en este mundo de miseria y soledad. Y que lo que apena no es tanto el hecho de atropellar a una suicida como la conciencia nítida de no poder hacer nada por evitarlo.
Ya sé que los animales no actúan así. Ni la peor de las bestias mata a sus crías. Y no se me olvida que Jesús dijo de ellos que aunque no tienen graneros para guardar la comida, nuestro Padre Dios provee de ellos.
Pero esa imagen viene conmigo.
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