viernes, 11 de agosto de 2017

LA DESCARGA

Hace  unos meses  subí al  Puigmal. 

Me lié en la  bajada y llegué  a  la  típica situación en la  que te quedas  colgado en un pequeño precipicio, lapado con dos dedos a una  fisura en la roca. 

No podía avanzar en ningún sentido, ni hacia arriba, ni hacia abajo, ni por  la izquierda, ni  por la derecha.  Estaba paralizado. Pocos minutos después  comenzaron a temblar  las  piernas. 

Durante  los minutos  que estuve allí suspendido. Vi unas pequeñas hierbas que  sobresalían  de una roca y  decidí jugármela: si soportaban  mi peso podría alcanzar  un pequeño rellano  y allí descansar  y pedir ayuda. 

No  resistió  mi peso y  caí en vuelo libre  unos metros, y después croqueteé  la ladera  hasta parar  en unos arbustos. Dije  algo así  como "¡Dios mío!"...y pabajooooooo.

Puedo explicar ahora la fulgurante visión que experimenté antes de caer vivo e ileso al final del barranco. Mientras surcaba el espacio me cegó una especie de relámpago negro,  fundido con los latidos de la sangre. Cerré los ojos y en ese momento, mientras caía y giraba en el aire,  no pensé en Dios ni en otra solución filosófica, ni siquiera en el golpe inminente. 

Mi imaginación tampoco fue cruzada por el más mínimo deseo de sobrevivir.  Frente al rostro de la muerte vi en el interior de la memoria toda mi biografía comprimida, iluminada por una brevísima descarga. 

No recordé para nada los graves problemas de este planeta: el hambre, la bomba atómica, la violencia de los fuertes, la rebelión de los pobres. No pensé en el trabajo. Ni en la política, el independetismo, el dinero y las pequeñas pasiones de los hombres se esfumaron. 

Pero en la sala de cine de mi memoria vislumbré toda mi existencia concentrada en cuatro haces de luz. El mundo había sido una apariencia y el sueño a través de él quedó reducido al vértigo de estas imágenes:  los pechos  de  Pilarín, una tendera que  me tenía loco a  los siete  años , y que se agachaba  para alcanzar los variantes en el mercadillo , enseñando la hucha de sus tetas al viento imperio, mi padre  poniendo la obertura de Guillermo Tell de  Rossini en el tocadisco  porque había aprobado curso , yo en la  plaza  San Francisco de  Zaragoza  declarando mi  dulce y maravilloso amor quinceañero a Matilde ,  el balcón de Cortile de San Dámaso   abrazado a Juan Pablo II,  el primer beso que pedí a Manuela en el Otelo, mi madre llorando  porque era  un golfo...

Volaba en el viento piafando y yo de forma ciega en ese viaje de cinco segundos mortales aprendí cuanto sé de la realidad. Que la vida no es más que el reflejo de menta de cualquier instante de la infancia, la levísima sensación de haber sido joven una vez, el recuerdo de un temblor de la carne unido a un perfume, la presencia oscilante o quebrada de un amor. Y poco más. 

Sólo después de haberme salvado comencé a pensar de nuevo en las idioteces de cada día. 

Y  aquí  estamos, amig@.


1 comentario:

  1. Tuve la misma experiencia. A partir del segundo 30
    https://youtu.be/eMrVFBWO5P4

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