A media tarde camino por la ciudad entre el agua de la gente.
"Nuestras vidas son los ríos". Muchos ríos , muchos cauces paseo .
Es increíble la cantidad de seres tristes, rotos, descompuestos , que la corriente de la vida arrastra por la calle. La mayoría de los rostros son guijarros que se han ido barnizando por el fluir de cada biografía. Nuestra familia, amigos, profesores, la gente que pasó por nuestras historias, han moldeado nuestra forma de pensar, de andar, de reír, o de mira.
Nuestra existencia han sido moldeada, tal vez por unos sueños no cumplidos , o los que se cumplieron y quedaron en tierra de nadie, y a partir de un tiempo comienzan a formar parte de la ciénaga que se prioduce en cualquier desembocadura. Impresiona esos rostros esculpidos por el dolor, el miedo, la vergüenza, el orgullo, la codicia.
Pero en medio de la carne pantanosa de la ciudad de pronto te encuentras con un manantial de agua pura brotando fresca: esa gente humilde, buena, sencilla, pobre. Están donde menos lo esperas: en un colegio, en un hospital, en la penumbra de una iglesia. . Es la gracia, una santidad de gente anónima. Aflora a borbotones , lo mismo que la luz.
Te recuerda esas largas y duras excursiones donde llegabas en tu sofocante excursión a un manantial de alta montaña parejo con la nieve.
Cuando visito a según qué personas aprendí a ver esa alma enferma, doliente , como un paisaje, como un agua muy pura que se va desarrollando en diversos tramos: madurando en una alegría muy difícil de explicar.
Y, como siempre que escribo sobre el tema, me hago la misma pregunta: ¿ sabré hacerme entender?
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Claro que te haces entender.
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